
Danny Boyle, el aclamado director británico detrás de éxitos como Trainspotting y Slumdog Millionaire, tuvo en sus manos una de las oportunidades más codiciadas de Hollywood: dirigir la cuarta entrega de la saga Alien. Sin embargo, en una reciente entrevista, reveló que rechazó la propuesta por una razón muy clara: no soportaba el CGI.
Corría la segunda mitad de los años 90 y Boyle ya era considerado una de las voces más prometedoras del cine británico. Los productores de Alien: Resurrection (1997) lo tenían como primera opción para continuar el legado de Ridley Scott y James Cameron. El proyecto ya contaba con la participación de Sigourney Weaver y Winona Ryder, quienes incluso se reunieron con Boyle para hablar de la película. Pero algo lo detuvo.

“Era esa etapa de transición en la que los efectos por computadora comenzaban a dominar. No lo soportaba. No podía manejar el CGI”, confesó el director, quien entonces prefirió filmar Una historia diferente (A Life Less Ordinary), una comedia romántica que resultó ser un fracaso en taquilla. "Fue una rara claridad mental. Me dije: no soy el tipo adecuado para esto", reconoció.
El director francés Jean-Pierre Jeunet terminaría tomando las riendas de Alien: Resurrection, una entrega que dividió a la crítica y a los fanáticos por su tono extraño y visuales cargados de efectos digitales.

Paradójicamente, con el tiempo Boyle terminó acercándose a ese universo que tanto rechazaba. En Sunshine (2007), experimentó con ciencia ficción y efectos digitales de forma controlada. Y en 127 Horas (2010), logró una escena tan cruda y realista —el personaje de James Franco amputándose el brazo— que provocó desmayos en los cines. “Había ambulancias afuera de las salas”, contó Boyle, quien remarcó que lo que afectó al público no fueron los efectos, sino “los ojos de Franco en ese momento”.
Su camino posterior fue brillante: ganó el Óscar a Mejor Película por Slumdog Millionaire y hoy vuelve al ruedo con 28 Years Later, continuación de su aclamada cinta de zombis. Su rechazo a Alien no frenó su carrera, pero sí mostró que, en plena era digital, aún hay cineastas que creen más en la emoción real que en los píxeles.