
Por décadas, Studio Ghibli ha sido sinónimo de mundos encantados, criaturas entrañables y reflexiones poéticas sobre la naturaleza humana. Sin embargo, en los años 90, una idea radical estuvo a punto de cambiarlo todo: Hayao Miyazaki, el genio detrás de El viaje de Chihiro y La princesa Mononoke, quiso dirigir una adaptación de Parasyte, el violento y filosófico manga de Hitoshi Iwaaki. Y no, no es un rumor ni una broma.
La revelación la hizo Toshio Suzuki, productor histórico del estudio, en un podcast de 2015 junto al también productor y cineasta Genki Kawamura. Según relató, tanto él como Miyazaki consideraron seriamente llevar a la pantalla esta historia de ciencia ficción grotesca, plagada de horrores corporales, violencia explícita y profundas preguntas existenciales. En el centro de Parasyte está Shinichi Izumi, un adolescente que es invadido por un parásito alienígena llamado Migi. Lo que sigue es un brutal cuestionamiento sobre lo que significa ser humano y convivir con lo “otro”.

Lo insólito es que, pese a la crudeza del manga, sus temas no eran ajenos al universo Miyazaki. Las tensiones entre humanidad y naturaleza, la ética de la violencia y el peligro del ego humano ya estaban presentes en obras como Nausicaä del Valle del Viento. Suzuki incluso señaló que esas similitudes temáticas fueron lo que más atrajo a Miyazaki hacia el proyecto.
Pero el sueño nunca se concretó. ¿La razón? Los derechos cinematográficos de Parasyte ya estaban comprometidos con estudios de Hollywood desde 1999. La propiedad pasó de manos entre empresas como Jim Henson Pictures y New Line Cinema, e incluso llegó a contar con Takashi Shimizu, director de El grito, como parte del equipo. Al quedar fuera del alcance legal de Ghibli, el estudio abandonó la idea.

El hecho de que Miyazaki —conocido por su férrea defensa del cine familiar— haya considerado una obra tan oscura, abre una pregunta inevitable: ¿podría Ghibli hacer una película para adultos? Aunque títulos como La tumba de las luciérnagas y La princesa Mononoke ya han rozado la clasificación para mayores, nunca han cruzado el umbral del cine verdaderamente perturbador. Con Parasyte, ese límite se habría desvanecido.
Hoy, el proyecto vive en la memoria como uno de los grandes “¿y si…?” de la animación contemporánea. Una versión Ghibli de Parasyte pudo haber transformado para siempre el rumbo del estudio. Pero también nos recuerda que, bajo la delicada acuarela de sus mundos mágicos, late una mirada profunda —y a veces incómoda— sobre la condición humana.