
En 1999, el cine cambió para siempre con una sola frase: “Veo gente muerta”. La película era El sexto sentido, y su protagonista, Bruce Willis, no solo quedaría inmortalizado en el imaginario colectivo por su papel de psicólogo en ese inquietante thriller, sino que también establecería un récord económico sin precedentes en la historia de Hollywood: fue el primer actor en ganar 100 millones de dólares por una sola película.
Aunque su salario base por El sexto sentido fue de 14 millones de dólares —una cifra importante pero lejos del récord de los 40 millones que cobraron en su momento Robert Downey Jr. (Capitán América: Civil War) y Will Smith (El método Williams)—, Willis negoció un acuerdo visionario: un porcentaje sobre las ganancias brutas del filme. El resultado fue abrumador. Con una recaudación mundial superior a los 670 millones de dólares, la película de M. Night Shyamalan no solo se convirtió en un fenómeno cultural, sino también en una mina de oro para su protagonista.

Este hito no solo redefinió el estatus de Willis en la industria, sino que cambió las reglas del juego para siempre. A partir de entonces, figuras como Keanu Reeves y Tom Cruise comenzaron a negociar contratos que incluían participación en beneficios, abriendo la puerta a una nueva era en la que los actores más taquilleros se transformaron en accionistas de sus propias películas.
Sin embargo, el ascenso meteórico de los sueldos de las estrellas también visibilizó la creciente desigualdad salarial en Hollywood. Mientras los intérpretes principales accedían a remuneraciones millonarias, técnicos, editores y otros trabajadores detrás de escena seguían percibiendo ingresos muy por debajo de esa escala. La paradoja sigue vigente: el glamour de las alfombras rojas convive con la precarización en los márgenes de la industria.

Hoy, Bruce Willis está retirado del cine debido a una enfermedad degenerativa, pero sus últimos trabajos y su extensa filmografía —que incluye títulos icónicos como Pulp Fiction, La jungla de cristal y La muerte le sienta tan bien— siguen recordándonos por qué nadie ha podido arrebatarle su lugar en la cima. Su legado no es solo cinematográfico: también es una lección sobre cómo el talento, combinado con una estrategia inteligente, puede reescribir las reglas del negocio del cine.