
Cuando se habla de Watchmen (2009), la adaptación cinematográfica de la novela gráfica de Alan Moore dirigida por Zack Snyder, es común destacar su estilo visual deslumbrante, su fidelidad estética al material original y su carga moral sombría. Sin embargo, pocos conocen que uno de los momentos más impactantes del filme —su desenlace— no habría existido tal como lo conocemos sin la intervención de un director ajeno al proyecto: Darren Aronofsky.
Aronofsky, conocido por su sensibilidad oscura en películas como Réquiem por un sueño o El cisne negro, estuvo brevemente involucrado en el desarrollo inicial de Watchmen. Según reveló el guionista David Hayter en el pódcast Script Apart, el cineasta fue considerado por Paramount para dirigir la adaptación, aunque finalmente abandonó la producción para terminar La fuente de la vida (2006). No obstante, durante ese corto período, Aronofsky compartió una idea que terminó influyendo de forma decisiva en el guion final.

Hayter enfrentaba un dilema creativo importante: ¿cómo adaptar el caótico final de la novela gráfica, donde una criatura extraterrestre falsa es utilizada por Ozymandias para provocar una masacre que una al mundo? En un mundo post-11S, replicar una escena de destrucción masiva en Nueva York era delicado, y el guionista confesó que algunas de sus soluciones —como un láser solar— no eran convincentes.
Fue entonces cuando llegó una nota de Aronofsky, basada en una conversación con un amigo físico. La sugerencia era simple pero poderosa: ¿y si el destructor no es una entidad externa, sino el propio Doctor Manhattan? La idea conectó de inmediato con Hayter, quien la adoptó como la solución ideal. Así, la narrativa se reconfiguró para que el dios azul se convirtiera en el "enemigo común" cuya supuesta amenaza llevaría a la humanidad a la paz… al precio de miles de vidas.

El resultado fue un final que conservaba la esencia moral del cómic, pero con una ejecución más sobria y simbólica: explosiones nucleares atribuidas a Manhattan, en lugar de un monstruo tentacular. Un giro que no solo hizo la historia más digerible para el público contemporáneo, sino que añadió una capa de tragedia existencial que encaja perfectamente con el tono de Snyder.
Así, la sombra de Aronofsky —aunque fugaz— se proyecta sobre uno de los momentos más cruciales de Watchmen. Una prueba más de que en el cine, incluso una sugerencia a tiempo puede cambiar por completo el curso de una obra maestra.