A sus 90 años recién cumplidos, Woody Allen sigue siendo una de las figuras más persistentes y controversiales del cine contemporáneo. Mientras otros directores se habrían retirado hace décadas, él continúa levantando proyectos: el más reciente, un acuerdo con la Comunidad de Madrid para rodar un nuevo largometraje. En medio de esa longevidad creativa, Allen reflexiona también sobre los hitos de su filmografía, y uno de los más sorprendentes tiene que ver con Manhattan, película que el público y la crítica suelen ubicar entre sus obras maestras… pero que él desearía no haber estrenado.
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El director ha confesado en más de una ocasión que quedó profundamente insatisfecho con la película, al punto de intentar bloquear su lanzamiento. En declaraciones a The Hollywood Reporter, recordó la conversación que tuvo con Arthur Krim, entonces director de United Artists, cuando vio el montaje final: “Estaba decepcionado. Le dije: ‘Si no estrenan esta película, haré una gratis para ustedes’”. Krim rechazó la oferta de inmediato. Para el estudio, la idea de enterrar un largometraje por el malestar creativo del cineasta era impensable: había millones invertidos y una agenda de distribución ya programada. El resto es historia: Manhattan se estrenó, funcionó en taquilla y se convirtió en uno de los títulos más celebrados de su carrera.
Lo curioso es que ni el éxito comercial ni el elogio crítico lograron cambiar su perspectiva. En Woody Allen: El documental, el director fue contundente al recordar aquel momento. “Simplemente pensé: ‘Si esto es lo mejor que puedo hacer, no deberían darme dinero para hacer películas’”. Su juicio sobre la cinta se ha mantenido firme durante décadas, incluso cuando el público la ha convertido en un clásico moderno del cine estadounidense. Esa distancia emocional revela un rasgo fundamental en la obra de Allen: su búsqueda de un ideal artístico que rara vez coincide con su recepción.
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Parte de su insatisfacción se vincula con el guion. Aunque reconoció la belleza visual lograda por Gordon Willis —su habitual colaborador y uno de los fotógrafos más admirados del cine— Allen señaló que la película le parecía “demasiado moralista, demasiado presuntuosa”. Valoró las actuaciones, celebró el blanco y negro casi romántico que define su atmósfera, pero nunca terminó de reconciliarse con el tono general del relato. Para él, Manhattan no alcanzó la precisión ni la espontaneidad emocional que había logrado en Annie Hall, un año antes.
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La Academia tampoco compartió sus reparos. Manhattan obtuvo dos nominaciones al Óscar —mejor actriz de reparto y mejor guion original— aunque finalmente se fue de vacío frente al dominio de Kramer vs. Kramer. Aun así, el filme creció con los años hasta convertirse en una referencia cultural, uno de esos casos en los que la percepción del autor y la del público toman caminos totalmente distintos. Allen, sin embargo, no ha modificado su juicio: para él, el guion no estuvo a la altura y la película, pese a su impacto, sigue siendo una decepción íntima.
Esa tensión entre valoración externa y satisfacción personal acompaña buena parte de su carrera. Ahora, mientras prepara un nuevo proyecto en Europa, Allen revisita sus clásicos con la misma franqueza que lo caracteriza. Puede que Manhattan sea considerada un hito cinematográfico, pero su creador insiste en algo que revela tanto de su perfeccionismo como de su distancia respecto al mito: “A veces nos atribuimos méritos por cosas que escapan a nuestro control”. Y, en su caso, el éxito de una de sus películas más emblemáticas fue exactamente eso.