
En una industria dominada por el brillo de Disney, la innovación técnica de Pixar y el humor característico de DreamWorks, hay un nombre que resiste y trasciende: Studio Ghibli. Con más de cuatro décadas de historia y una estética inconfundible, el estudio japonés fundado por Hayao Miyazaki y Isao Takahata ha consolidado su lugar en el cine mundial. Y ahora, una nueva validación llega desde Occidente: El viaje de Chihiro, la obra maestra de Miyazaki estrenada en 2001, ha sido reconocida por el New York Times como la mejor película de animación del siglo XXI, ubicándose en el puesto número 9 de su lista de las cien mejores películas del siglo.
La elección no es casual. El viaje de Chihiro no solo se llevó el Oscar a Mejor Película Animada en 2003 —la primera y, durante años, única película de anime en lograrlo—, sino que ha ejercido una influencia profunda en generaciones de cineastas y animadores. Su mezcla de realismo mágico, crítica ambiental y crecimiento personal, narrada a través de una heroína infantil atrapada en un mundo de espíritus y dioses, sigue resonando más de dos décadas después de su estreno.

Lo que diferencia a Studio Ghibli de los estudios occidentales no es solo su estilo visual —dibujado a mano, con una obsesión por los detalles y la belleza de lo cotidiano—, sino su filosofía narrativa. Mientras que Disney y Pixar tienden a estructuras dramáticas más tradicionales, Ghibli apuesta por lo contemplativo, lo ambiguo y lo profundamente humano. En El viaje de Chihiro, no hay un villano único, ni una resolución fácil: hay transformación, pérdida, y una constante negociación con lo desconocido.

El reconocimiento del New York Times llega además en un contexto donde la animación, en general, ha sido poco representada en su lista. Solo cuatro películas animadas aparecen entre las cien seleccionadas: tras El viaje de Chihiro, hay que bajar hasta el puesto 34 para encontrar a Wall-E, y más abajo aún figuran Up (50) y Ratatouille (73). Así, Ghibli no solo encabeza el ranking entre las películas animadas, sino que lo hace con una obra profundamente japonesa, sin concesiones al mercado global.
Con la salida de El chico y la garza, la última (y posiblemente definitiva) película de Miyazaki, Studio Ghibli demuestra que sigue vivo y vigente. Pero es El viaje de Chihiro, con su lirismo y profundidad, la que se mantiene como faro, recordándonos que la animación no es un género menor, sino una forma de arte en su máxima expresión. Y que, a veces, las películas más universales nacen en una pequeña casa de animación en Tokio, lejos del ruido de Hollywood.