La película debut del director de ‘M3GAN 2.0’ es una comedia de terror que no debes perderte y dura menos de dos horas
Santiago Díaz Benavides
Desde 'Forrest Gump' hasta 'Interestelar', pasando por 'Guerra Mundial Z' y 'Naruto', puedo pasar horas hablando sobre mis producciones favoritas. Si me preguntas qué es lo que más me gusta del cine te diré que es mucho mejor que la vida.

Una casa, una madre parlanchina y una hija obligada a quedarse allí por mandato judicial. Lo que parece un drama familiar se convierte en una de las mejores sorpresas del cine de terror reciente.

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Antes de llevar a la muñeca M3GAN a la pantalla con su secuela ya en camino, el cineasta neozelandés Gerard Johnstone dejó su huella en el género con una joya de culto que mezcla el horror con el humor más inesperado: Housebound (2014). Su primer largometraje no solo reveló su talento para manejar el suspenso y el absurdo con el mismo pulso, sino que también demostró que el terror puede ser hilarante, emocional y original sin necesidad de grandes presupuestos ni fórmulas repetidas.

Housebound narra la historia de Kylie Bucknell (Morgana O’Reilly), una joven ladrona condenada a arresto domiciliario en la vieja casa de su madre, Miriam. La sentencia, que parecía una oportunidad para el encierro y la monotonía, se transforma en una experiencia surrealista cuando Kylie comienza a sospechar que la casa está habitada por una presencia sobrenatural. Lo que sigue no es solo un relato de fantasmas, sino un giro constante que subvierte las expectativas del espectador con una mezcla muy bien dosificada de tensión, ironía y sustos inesperados.

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Lo que hace especial a esta película, y la distingue dentro del saturado panorama del horror contemporáneo, es su capacidad para integrar varios géneros sin perder cohesión. En Housebound, la comedia no está en el chiste fácil, sino en la incomodidad de los personajes, en la lógica absurda de algunas situaciones y en la relación entre una madre desbordada y su hija incrédula. El humor brota del choque generacional, del tedio del encierro, y del encuentro con lo inexplicable, pero no por eso el filme deja de ser inquietante.

El tono recuerda a otras exitosas comedias de horror como Shaun of the Dead o What We Do in the Shadows, pero Housebound se mantiene fresca y local, con un sabor muy neozelandés en su ambientación y sentido del humor. Su ritmo narrativo es ágil —dura solo 106 minutos— y Johnstone sabe cómo crear tensión con lo mínimo: una linterna encendida, una radio vieja, un golpe en la pared. A esto se suman las actuaciones sólidas de Morgana O’Reilly y Rima Te Wiata, quienes dotan de humanidad y sarcasmo a sus personajes.

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Lo más impresionante es que este debut fue realizado con un presupuesto reducido y un equipo pequeño. Aun así, logró un altísimo reconocimiento en festivales de cine fantástico y horror, y hoy se le considera una película de culto. La crítica fue unánime en elogiar su creatividad, su capacidad para sorprender y su inteligencia narrativa. No es casualidad que Blumhouse, el estudio detrás de M3GAN, haya apostado por Johnstone para dirigir la esperada secuela.

Si bien Housebound pasó algo desapercibida fuera del circuito festivalero, hoy es una excelente carta de presentación para quienes quieren adentrarse en el estilo del director antes del estreno de M3GAN 2.0. Es también una invitación a redescubrir un tipo de cine de terror que, sin renunciar al miedo, apuesta por la originalidad, el humor negro y las historias bien contadas. Porque a veces, lo más aterrador no es el fantasma en el sótano, sino tener que volver a vivir con tu madre.

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