'Rotos': Conoce lo nuevo de Ángela María Rodríguez, una de las actrices colombianas presentes en el último Festival de Cannes
Santiago Díaz Benavides
Desde 'Forrest Gump' hasta 'Interestelar', pasando por 'Guerra Mundial Z' y 'Naruto', puedo pasar horas hablando sobre mis producciones favoritas. Si me preguntas qué es lo que más me gusta del cine te diré que es mucho mejor que la vida.

Una obra íntima en un apartamento bogotano, un sofá que también es butaca, y una historia que toca lo más hondo de las relaciones humanas.

Ph. Santiago Cortés

En una sala de estar con alfombra improvisada y sillas prestadas, donde la frontera entre la casa y el teatro se disuelve, dos actores se transforman en Mara y Pablo, una pareja que se ama tanto como se lastima. Así nace Rotos, la nueva obra que marca el regreso a las tablas de Ángela María Rodríguez, la actriz colombiana que pisó Cannes hace apenas unas semanas, y que ahora elige un espacio mucho más íntimo para volver a contar historias.

La escena sucede en un apartamento del centro de Bogotá. No hay telón, pero sí luces, risas, silencios incómodos y un público que entra con boleta en mano como quien visita la casa de un viejo amigo. Rotos no es una obra convencional: es una experiencia. Una donde el público —ubicado estratégicamente en dos frentes— nunca ve exactamente la misma función, porque hay escenas que solo pueden ser vistas desde un ángulo y otras que cambian cada noche, según el invitado sorpresa que improvisa junto al elenco.

Ángela María Rodríguez y Pepe Cámara. Ph. Santiago Cortés
Ángela María Rodríguez y Pepe Cámara.

Ángela y Pepe Cámara, co-protagonistas, en entrevista exclusiva con Sensacine Colombia, cuentan que la obra llegó tras un casting fallido que les rompió el corazón. La frustración se convirtió en impulso: ella desempolvó un texto argentino llamado Las medidas, lo adaptaron al contexto bogotano, y buscaron un director con la sensibilidad justa. Así apareció Carlos Ruge. La chispa entre todos fue inmediata. Lo que siguió fue una serie de ensayos atravesados por mudanzas, cafés nocturnos y decisiones logísticas para convertir la casa en sala.

“Todo el mundo quiere ver lo que pasa más allá”, dice Ángela entre risas. Y tiene razón. Porque hay algo casi voyeurista en asistir a Rotos: sentarse en la sala de una casa, ver a dos personas discutir, llorar, reír y desearse como si uno no estuviera ahí. Hay algo profundamente humano en esa cercanía, en ese teatro sin cortinas que expone la rutina desgastada de una pareja que se ama pero ya no sabe cómo.

La trama gira en torno a ese desgaste. Pablo y Mara trabajan en una tienda de ropa de segunda mano, donde cada prenda representa una relación rota, una vida previa. Así también se sienten ellos: una pareja remendada, que aún intenta sostenerse con hilos invisibles. La obra no juzga. Solo observa. Y eso, paradójicamente, hace que uno se sienta retratado. Un espectador puede salir convencido de que Mara es insoportable. Otro, que Pablo es un egoísta. Y ambos tienen razón.

Hay, además, un subtexto sobre el deseo genuino de hacer teatro. “El teatro se abre espacio donde quiere estar”, repite Ángela, como si citara una verdad que ha aprendido a golpes. Después de Cannes, podría haberse montado en una nueva película o haber aceptado algún papel en televisión. En cambio, eligió volver a sus raíces. O quizás, a sus ramas más propias: el gesto íntimo de contar una historia sin filtros ni efectos, en una casa, entre amigos.

Cortesía

Y ese deseo, como ella misma cuenta, no viene de un lugar cómodo. Viene de su propia vida, de sus propias grietas. “No sé si el arte construyó mi vida o si mi vida construyó mi arte”, dice. “Pero sé que necesito ambas cosas para no perderme”. Ángela ha construido su camino desde otro vértice. Estudió Dirección, hizo danza, montó proyectos, gestionó salas, recogió cables. Ha hecho de todo. Y se ha roto muchas veces también. Porque para ella actuar es habitar el quiebre, es ensayar como quien prueba en la vida, es encontrar en el personaje la forma de darle sentido a lo vivido.

Estuvo hace poco en Cannes, en la alfombra roja, en medio del glamour. Pero lo dice con claridad: la magia también está aquí, en este sofá que es escenografía y butaca, en este público que se ríe, se identifica y se queda conversando hasta la una de la mañana. Porque Rotos es también eso: una casa que se convierte en teatro, y luego en refugio.

Ph. Alfi Gómez

Pepe, por su parte, cuenta que llegó al teatro después de dejar el rugby profesional, tras una lesión en Nueva Zelanda. Él iba a ser atleta. Hoy encarna a un hombre que no sabe cómo sostener el amor sin deshacerse. Su historia parece sacada de High School Musical, bromea, pero detrás de la risa hay una decisión dolorosa: dejar de vivir la vida que su padre soñó para él y elegir la suya, que ha estado llena de rechazos, de castings fallidos, de noches preguntándose si valía la pena seguir.

Ha llorado mucho, dice, pero también ha crecido. Y en Rotos siente que se reconcilia con todo. “Yo le presto mi 50% al personaje. El resto lo construyo con lo que no digo, con lo que intuyo. Y Pablo, el personaje, me ha devuelto partes mías que no sabía que necesitaba mirar”.

Ph. Santiago Cortés

Rotos no promete certezas, pero sí espejos. Y en su honestidad incómoda y su formato casi doméstico, encuentra la belleza de lo vulnerable. Porque como dice Ángela, “el teatro todavía tiene esa belleza de estar presentes todos juntos, sintiendo lo mismo al mismo tiempo”. Quizás por eso esta obra no puede ni debe hacerse en otro lugar. Porque no se trata solo de actuar: se trata de sostener con cariño los pedazos, los de los personajes, los del público, y también los propios.

Es probable que Rotos no dure muchas funciones. Las fechas son contadas, y el espacio, limitado. Pero quienes logren verla no saldrán indiferentes. Saldrán, quizás, con una herida abierta, o con la sensación de que han vivido algo que no estaba del todo permitido.

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