Lo que 'Bridgerton' de Netflix no ha logrado en 3 temporadas, Martin Scorsese lo resolvió hace 32 años en esta película de 133 minutos
Santiago Díaz Benavides
Desde 'Forrest Gump' hasta 'Interestelar', pasando por 'Guerra Mundial Z' y 'Naruto', puedo pasar horas hablando sobre mis producciones favoritas. Si me preguntas qué es lo que más me gusta del cine te diré que es mucho mejor que la vida.

La alta sociedad, el deseo prohibido y la represión emocional también son material de grandes películas. Una obra maestra olvidada del cine demuestra que la elegancia puede ser más poderosa que el escándalo.

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En un mundo audiovisual saturado de series de época que buscan seducir al espectador con escotes, intrigas palaciegas y romances explosivos, pocas producciones logran capturar la verdadera tragedia del deseo contenido. Bridgerton, la exitosa serie de Netflix, ha entregado tres temporadas plagadas de glamour, diálogos sagaces y escenas cargadas de sensualidad, pero aún no ha alcanzado la profundidad emocional que Martin Scorsese logró en tan solo 133 minutos con La edad de la inocencia (1993), una película que sigue siendo un monumento silencioso a la represión y al amor imposible.

Basada en la novela homónima de Edith Wharton —ganadora del Premio Pulitzer en 1921—, La edad de la inocencia está ambientada en la Nueva York de 1870 y presenta una radiografía milimétrica de una sociedad tan rígida como hipócrita. Daniel Day-Lewis interpreta a Newland Archer, un abogado comprometido con la encantadora y convencional May Welland (Winona Ryder), cuya vida da un giro cuando se enamora de la condesa Ellen Olenska (Michelle Pfeiffer), una mujer divorciada que desafía las reglas del decoro. Lo que podría haberse narrado como un triángulo amoroso más, se convierte en manos de Scorsese en un delicado y doloroso estudio sobre la renuncia y las expectativas sociales.

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Mientras Bridgerton construye su narrativa a través del escándalo, el espectáculo y las coreografías modernas con cuerdas de Taylor Swift, Scorsese opta por la contención. Cada gesto, cada silencio y cada mirada en La edad de la inocencia tiene el peso de lo que no se dice, de lo que no puede hacerse. Es una obra en la que el deseo no estalla, sino que se repliega hacia el interior de sus personajes, generando una tensión dramática que solo se resuelve —o más bien se congela— con la resignación. El resultado es más devastador que cualquier final escandaloso.

La dirección de arte, ganadora del Óscar al mejor vestuario, recrea con una precisión casi obsesiva los salones, los menús, los códigos y las costumbres de la aristocracia neoyorquina del siglo XIX. Pero más allá de lo visual, lo que eleva a La edad de la inocencia a la categoría de clásico es la sensibilidad con la que Scorsese, conocido por retratar mafiosos, boxeadores y asesinos, filma los suspiros y las renuncias de una sociedad tan implacable como elegante. Es, quizás, su película más violenta —pero sin disparar una sola bala.

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La narración en off, a cargo de Joanne Woodward, añade una capa literaria que acompaña el ritmo pausado del relato, y transforma lo que en otras manos podría haber sido un simple drama romántico en una meditación sobre el deber, la apariencia y el sacrificio.

A 32 años de su estreno, La edad de la inocencia sigue siendo una lección de cine y de contención emocional. En una era en que lo explícito parece dominar la narrativa audiovisual, esta película demuestra que el verdadero erotismo y la tragedia pueden residir en un guante retirado lentamente, una carta no enviada o una última mirada en silencio. Algo que, pese a su popularidad, Bridgerton aún no ha logrado capturar.

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