Pocas películas de ficción logran ser tan perturbadoras como este documental. No por el uso del suspenso ni por golpes de efecto, sino porque lo que narra ocurrió de verdad y podría haber pasado en cualquier barrio aparentemente tranquilo. Frente a tantos thrillers de acción que intentan impresionar desde la exageración, esta producción de Netflix demuestra que la realidad, cuando se la observa sin adornos, suele ser mucho más inquietante.
La historia gira en torno a la vida de varias familias que ven alterada su cotidianidad por la presencia de una vecina constantemente quejumbrosa, intolerante y hostil. Lo que comienza como un conflicto menor —discusiones, llamadas a la policía, reclamos por el ruido o la presencia de niños— se convierte en una escalada de tensión que desemboca en una tragedia irreversible. La vecina perfecta reconstruye estos hechos sin recurrir a recreaciones ni a narradores externos: todo lo que vemos está sustentado en material real, grabaciones policiales y registros que, precisamente por su frialdad, resultan devastadores.
Captura de pantalla
Uno de los aspectos más inquietantes del documental es la cercanía que genera con el espectador. No hay distancia posible. Resulta imposible no pensar que todos, en algún momento, hemos estado cerca de figuras similares: personas incapaces de convivir, que viven desde el miedo, el resentimiento o el prejuicio, y que convierten la intolerancia en una forma de vida. La idea de que alguien así pudo haber estado a unos metros de nosotros, con el potencial de hacernos daño, es una de las reflexiones más perturbadoras que deja la película.
El corazón emocional del relato está en las consecuencias. Ver cómo la vida de unos niños se viene abajo tras la muerte de su madre, asesinada por una mujer sin escrúpulos, sin moral y sin remordimiento, duele como una puñalada. No hay heroísmo, no hay consuelo narrativo, no hay justicia cinematográfica inmediata. Solo queda el vacío, la ausencia y una familia rota para siempre. En ese punto, el documental deja de ser un relato de crimen para convertirse en una experiencia profundamente humana y dolorosa.
Netflix
Más allá del caso específico, La vecina perfecta expone con crudeza las grietas de nuestras sociedades: el racismo latente, el abuso de ciertas leyes de defensa propia, la normalización del miedo y la incapacidad de resolver conflictos de manera empática. No señala con el dedo de forma explícita, pero tampoco suaviza nada. El espectador debe sacar sus propias conclusiones, y eso es justamente lo que hace que la experiencia sea tan incómoda como necesaria.
Este es uno de esos documentales que no se olvidan fácilmente. No entretiene en el sentido clásico, pero sacude, incomoda y obliga a mirar de frente aquello que preferimos ignorar. Al terminarlo, queda una certeza amarga: a veces no hacen falta villanos de ficción para entender lo horribles que pueden llegar a ser nuestras sociedades. Y quizá por eso mismo, La vecina perfecta es mucho mejor que cualquier thriller que hayas visto últimamente.