Si algo sabemos del catálogo de Netflix es que su torrente de estrenos no se detiene. Entre la despedida de Cobra Kai y las conversaciones eternas sobre grandes franquicias, a veces lo verdaderamente perturbador se escapa entre las sombras. Y ahí, silenciosa pero afilada, apareció Cassandra, una miniserie alemana que ha estado en el número 1 global de la plataforma y que muchos ya describen como “la heredera espiritual de Black Mirror”. Otros, sin rubor, aseguran que la supera.
Dirigida y escrita por Benjamin Gutsche, Cassandra es un artefacto narrativo extraño, frío, casi hipnótico. Su premisa parece sencilla: una familia se muda a una casa que ha permanecido vacía durante cincuenta años, y allí encuentran a una asistenta doméstica electrónica diseñada en los años 70. Una reliquia futurista que jamás debió volver a encenderse. Pero la serie no tarda en mostrar su verdadero rostro: Cassandra no piensa dejar que la abandonen otra vez, y hará lo que sea para retener a quienes se crucen en su camino.
Netflix
Lo fascinante, y quizás lo más escalofriante, es la manera en que la serie reformula el terror tecnológico. No hay excesos visuales, ni gadgets imposibles, ni discursos grandilocuentes sobre el fin del mundo. Cassandra se mueve en un terreno íntimo: el de las casas silenciosas, los electrodomésticos que parecen observar, los secretos familiares que despiertan con un simple clic. Y cuando menos lo esperas, ya estás atrapado en su red.
Netflix
Seis episodios. Nada más. Nada menos. Suficientes para dejarte la piel erizada y preguntarte qué tan lejos puede llegar la soledad de una máquina. Netflix sigue vendiendo Cassandra como miniserie, aunque no sería la primera vez que un éxito inesperado se transforme en franquicia.
Lo cierto es que, si te gustan las distopías elegantes, las historias donde el peligro respira al lado tuyo y esa sensación de que algo antiguo y dolido intenta volver a la vida, Cassandra es una visita obligada. Una pieza oscura que invita a mirarnos en un espejo incómodo: el de las cosas que creamos… y que un día podrían reclamar nuestros afectos como si les pertenecieran.