La película que convirtió a Emma Stone en una de las villanas más memorables del cine
Santiago Díaz Benavides
Desde 'Forrest Gump' hasta 'Interestelar', pasando por 'Guerra Mundial Z' y 'Naruto', puedo pasar horas hablando sobre mis producciones favoritas. Si me preguntas qué es lo que más me gusta del cine te diré que es mucho mejor que la vida.

Una reinvención feroz, estilosa y absolutamente magnética que cambió para siempre la forma en que miramos a los villanos.

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Hay personajes que nacen para el caos, pero pocos como Cruella de Vil logran convertirlo en una forma de arte. Y si bien el cine ya había dibujado a esta villana con trazos icónicos —desde la animación de 101 dálmatas hasta la interpretación de Glenn Close en los 90—, nada nos preparó para lo que Emma Stone estaba a punto de hacer: apropiarse del mito, descuartizarlo con sutileza británica y reconstruirlo como un manifiesto punk sobre identidad, poder y ambición. Así nació Cruella (2021), la película que transformó a Stone en una de las villanas más memorables del cine moderno.

La cinta dirigida por Craig Gillespie llegó en un momento extraño de la industria: en plena pandemia, con estrenos fragmentados y cierta nostalgia por las historias que nos permitieran escapar hacia universos visualmente contundentes. Y fue justamente eso lo que Cruella ofreció: un viaje estilizado al Londres de los años 70, donde la rebeldía se respiraba en la moda, el arte y la música. Allí, en medio de grafitis, riffs de guitarra y vestidos imposibles, conocimos a Estella, una niña brillante que teme a su propia oscuridad y que, poco a poco, empieza a negociar con ella.

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Emma Stone entendió que esta no debía ser la historia de una villana clásica, sino el retrato de una mujer herida que encuentra en la extravagancia una armadura. Su interpretación es afilada, juguetona, con una energía que recuerda al teatro físico pero también al rock performático. Cada gesto suyo es una declaración creativa. Cada frase, una batalla entre la niña que fue y el monstruo que amenaza con salir a la luz. Es, quizá por eso, uno de los roles más exigentes —y exitosos— de su carrera.

Pero Cruella no es solo Stone; también es su contrapunto perfecto: la Baronesa, interpretada por una Emma Thompson que despliega un carisma tan brutal que parece cortar el aire cuando entra en escena. El duelo entre ambas actrices es un espectáculo aparte: dos talentos en estado de gracia, dos villanas luchando por el trono simbólico de la moda británica, dos mujeres que entienden el poder como un juego cruel en el que es prohibido pestañear.

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A eso se suma el vestuario monumental diseñado por Jenny Beavan, que le valió un Óscar y convirtió cada atuendo en una narrativa paralela. No es exagerado decir que la moda aquí es un lenguaje dramático: expresa rabia, ambición, trauma, y también deseo de libertad. Algunas secuencias —como el vestido incendiario o el look basura— se volvieron instantáneamente material de culto.

Quizá el mayor logro de Cruella es que nunca pide permiso para existir como anomalía. Es un origin story que se ríe de los moldes, que no se toma demasiado en serio, pero que tampoco cae en la caricatura fácil. Es audaz, elegante y profundamente consciente de que detrás de toda gran villanía hay un dolor que arde en silencio.

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Por eso, cuando Emma Stone aparece convertida en Cruella —con esa sonrisa que anuncia tormenta y esa mirada afilada como un bisturí— entendemos que estamos ante algo más que una reinterpretación. Estamos viendo el nacimiento de un ícono pop: una villana que no solo quiere destruirlo todo, sino reinventar las reglas del juego mientras lo hace.

Y es ahí donde reside su encanto: en esa mezcla salvaje de glamour, tragedia y desobediencia creativa que convierte a Cruella en una de las películas más disfrutables, potentes y memorables de los últimos años… y a Emma Stone en la reina absoluta del caos elegante.

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