Un trío, una pareja en crisis y un deseo insatisfecho: la atrevida película de Netflix que explora el placer femenino
Santiago Díaz Benavides
Casi nadie conoce mi primer nombre, pero todos saben que tengo un homónimo español que escribe thriller. Me obsesionan las películas sobre el fin del mundo y tengo una particular debilidad por el cine de M. Night Shyamalan.

Una historia que desnuda lo que ocurre cuando la intimidad deja de ser un refugio y se convierte en una conversación pendiente.

Netflix

A veces basta un detalle para que una relación revele aquello que llevaba guardado demasiado tiempo. En Happy Ending, ese detalle es sencillo, incómodo y universal: Luna nunca ha tenido un orgasmo con Mink, su novio. Lo ha fingido durante un año entero. Lo mantuvo en silencio porque creyó que así protegía algo. Y cuando decide hablar, lo que creía un puente hacia la solución termina abriendo un abismo que los dos no estaban preparados para mirar.

Con esta premisa, la directora neerlandesa Joosje Duk construye una película que no vende provocación fácil. Lo que propone es más íntimo: explorar la vulnerabilidad femenina en un espacio donde la sinceridad llega tarde y el deseo carga sus propios fantasmas. Para salvar la relación —o eso creen—, Luna y Mink invitan a una tercera persona a su vida sexual. Lo hacen sin calcular las consecuencias, sin entender que un trío no es solo un acto físico, sino un espejo: refleja lo que funciona, pero también lo que falta.

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La película avanza entre miradas, silencios y decisiones que generan fricción. Luna, interpretada por Gaite Jansen, carga con la presión de cumplir un papel que no la representa. Mink, por su parte, queda atrapado entre su ego herido y la necesidad de sentirse suficiente. La llegada de la tercera persona no resuelve nada; solo expone lo que los dos evitaban nombrar.

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El mérito de Happy Ending está en su claridad: no idealiza la liberación sexual, tampoco la condena. Lo que hace es preguntarse qué ocurre cuando el placer no está alineado entre dos personas que se quieren, cuando la comunicación se da por sentada y cuando la intromisión de un tercero parece una solución innovadora… hasta que deja de serlo.

Lejos de los clichés del erotismo, la película prefiere la introspección. Su enfoque es tan directo como su título irónico: aquí no hay fórmulas, no hay garantías, no hay manual para salvar lo que se agrieta en la intimidad. Netflix la presenta como un drama romántico, pero opera más como un estudio emocional sobre los límites del deseo y la necesidad de ser escuchados antes de ser tocados.

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En tiempos donde las narrativas sobre sexualidad suelen planear entre el cliché y la corrección política, Happy Ending se arriesga a hablar del placer femenino sin suavizar sus incomodidades. Lo hace sin escándalo, sin grandilocuencias, con el tipo de crudeza cotidiana que podría resonar en cualquier pareja que alguna vez evitó una conversación incómoda por miedo a romper algo.

Lo interesante de esta cinta es que, al final, no se preocupa tanto por juzgar decisiones. Prefiere dejarnos con preguntas que incomodan y liberan a la vez: ¿cuándo empezó realmente la crisis? ¿Qué parte del deseo se negocia y cuál no? ¿Y qué hacemos cuando lo que más necesitamos decir es justamente lo que más miedo nos da confesar?

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