Esta película de culto ha sido tantas veces cuestionada que hasta se llegó a pensar en rebajarla a cine para adultos
Santiago Díaz Benavides
Casi nadie conoce mi primer nombre, pero todos saben que tengo un homónimo español que escribe thriller. Me obsesionan las películas sobre el fin del mundo y tengo una particular debilidad por el cine de M. Night Shyamalan.

Un clásico de David Lynch vuelve al centro de la conversación tras una anécdota viral y un redescubrimiento que confirma su magnetismo.

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Hay películas que incomodan tanto que terminan definiendo una época. Terciopelo azul (Blue Velvet), de David Lynch, pertenece a esa estirpe rara de obras que parecen surgir de un sueño inquietante y quedarse tatuadas en la memoria colectiva. Estrenada en 1986, fue recibida con la mezcla habitual que acompaña a los genios: fascinación y escándalo. Su crudeza visual, su erotismo perturbador y la violencia latente en cada plano hicieron que, por momentos, se pensara en restringir su proyección al circuito de cine para adultos.

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El filme comienza como una postal americana: casas ordenadas, jardines perfectos, bomberos sonrientes. Todo parece en calma hasta que un hombre sufre un infarto mientras riega su césped. La cámara, como una sonda, se hunde bajo la superficie del jardín y revela insectos devorándose unos a otros. En ese instante, Lynch traza su tesis: bajo el brillo del sueño americano late un submundo de podredumbre. Lo que viene después es un descenso a esa oscuridad, con Jeffrey (Kyle MacLachlan) como testigo curioso y Dorothy Vallens (Isabella Rossellini) como musa trágica, mientras Frank Booth (Dennis Hopper) encarna la violencia sin máscara.

Esa mezcla de belleza y repulsión, erotismo y dolor, fue demasiado para parte del público de los ochenta. Hubo quienes acusaron a Lynch de sadismo o pornografía emocional, y la censura planeó sobre la cinta más de una vez. Sin embargo, la sutileza con la que el director se mueve entre la pesadilla y el deseo, entre lo simbólico y lo carnal, terminó por convertir a Terciopelo azul en una obra de culto. La crítica, con el tiempo, la reivindicó como una radiografía del inconsciente estadounidense: el reverso tenebroso de Norman Rockwell.

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Décadas después, su eco resuena incluso en lugares insospechados. Hace poco, la película volvió a las tendencias cuando una influencer confundió su título con el de una cinta pornográfica, durante una conversación incómoda con Miguel Ángel Silvestre en el Festival de San Sebastián. La anécdota fue divertida, sí, pero también reveladora: Blue Velvet pertenece a un tiempo donde el cine aún se atrevía a provocar.

Ahora, con el reciente fallecimiento de David Lynch, muchos han vuelto a verla en pantalla grande. La experiencia no ha perdido fuerza: sigue siendo una invitación a mirar de frente lo que no queremos ver. Lynch nos recuerda que toda belleza esconde una grieta y que, bajo el terciopelo, siempre hay insectos esperando.

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