El crudo realismo de Víctor Gaviria: el director que se atrevió a mostrar el otro lado de Medellín
Santiago Díaz Benavides
Desde 'Forrest Gump' hasta 'Interestelar', pasando por 'Guerra Mundial Z' y 'Naruto', puedo pasar horas hablando sobre mis producciones favoritas. Si me preguntas qué es lo que más me gusta del cine te diré que es mucho mejor que la vida.

A través de películas como 'La vendedora de rosas' y 'Sumas y restas', el cineasta antioqueño transformó la mirada del cine colombiano. Con actores naturales y una ética radical de la verdad, su obra devolvió humanidad a los márgenes.

Radio Nacional de Colombia

En una época en la que Medellín era noticia por sus titulares de sangre y violencia, Víctor Gaviria encendió una cámara para mirar hacia donde nadie quería mirar. No lo hizo con ánimo de denuncia ni con la estética pulida de los estudios, sino con una urgencia humana: registrar la vida real de quienes sobrevivían en los márgenes de la ciudad. Desde entonces, su cine se convirtió en un espejo incómodo, pero necesario, de la Colombia que rara vez se muestra en pantalla.

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El nacimiento de un realismo feroz

Nacido en Liborina (Antioquia) en 1955, formado como psicólogo y poeta, Gaviria llegó al cine con una convicción que se ha mantenido intacta: “El realismo no es una forma, es una manera de estar en el mundo”. Con Rodrigo D: No Futuro (1990), su ópera prima, puso a Medellín en el mapa del cine mundial al ser seleccionado para el Festival de Cannes. En ella, un grupo de jóvenes sin destino se convierte en retrato de una generación quebrada por la violencia y la falta de futuro. Ninguno de los actores era profesional, todos hablaban desde su propia historia.

Ese fue el comienzo de un método: escribir los guiones a partir de la vida de los intérpretes y dejar que la realidad filtrara su propia voz. “No invento personajes —dijo alguna vez—, los descubro en las personas reales".

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La vendedora de rosas: la inocencia perdida

Ocho años después, La vendedora de rosas (1998) consolidó su mirada. Inspirada en el cuento navideño de Hans Christian Andersen, la película transcurre en los barrios bajos de Medellín y muestra a un grupo de niños de la calle intentando sobrevivir entre el desamparo y la ternura. El filme fue nuevamente seleccionado en Cannes y se convirtió en un hito del cine latinoamericano.

La historia detrás es tan dura como la película misma: varios de los niños que actuaron murieron poco después del rodaje. Gaviria nunca esquivó ese dolor. Lo asumió como parte de una ética que, en sus palabras, “no busca embellecer la miseria, sino darle nombre a los olvidados”.

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Sumas y restas y el otro rostro del narco

En Sumas y restas (2004), el director cambió de escenario, pero no de propósito. La película aborda el auge del narcotráfico desde la vida cotidiana de un ingeniero de clase media que se deja seducir por el dinero fácil. Sin glamour ni héroes, Gaviria mostró el rostro más íntimo de una economía construida sobre el miedo y la corrupción. La crítica la consideró una de las representaciones más honestas del fenómeno narco en el cine colombiano.

Después de más de una década de silencio, Gaviria regresó con La mujer del animal (2016), un relato estremecedor sobre la violencia de género en los barrios periféricos de Medellín. Con su estilo habitual de actores naturales, filmó la historia de una mujer sometida por un hombre brutal, basada en hechos reales. La película dividió al público: unos la consideraron una obra maestra del realismo, otros la acusaron de ser insoportable. El propio director lo resumió así: “El cine no está para tranquilizar, sino para despertar conciencia”.

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El legado de un cine necesario

A lo largo de cuatro décadas, Víctor Gaviria ha filmado una sola gran película en capítulos distintos: la de una Medellín invisible, habitada por seres comunes y dolientes. Sus obras cuestionan el lugar desde donde se mira: no es la ciudad del narco de las series extranjeras, sino una comunidad con alma, contradicciones y esperanza.

Gracias a él, el cine colombiano dejó de temerle a su propio reflejo. Cineastas más jóvenes —como Laura Mora, William Vega o César Acevedo— han reconocido su influencia y su valentía. En 2019, su ingreso a la Academia de Hollywood confirmó lo que muchos sabían desde hace años: que el realismo de Víctor Gaviria no solo pertenece a Colombia, sino al mundo.

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