Robert Redford y su amistad con este escritor colombiano que pocos conocían
Santiago Díaz Benavides
Lector, melómano, miope curioso y cinéfilo. Me dicen El Profesor. Vivo en Bogotá con mi prometida y una perrita. También trabajo en una librería.

Una caja de cartas inéditas reveló un vínculo inesperado entre el célebre actor de Hollywood y un Premio Nobel latinoamericano. Su relación fue más cercana de lo que muchos imaginaron.

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En la memoria cultural del siglo XX, Robert Redford y Gabriel García Márquez pertenecen a universos distintos: el primero, estrella de Hollywood y fundador del Sundance Institute; el segundo, el novelista colombiano que revolucionó la literatura con Cien años de soledad y se convirtió en referente del realismo mágico. Sin embargo, una amistad entre ambos floreció lejos de los reflectores y los grandes titulares, tejida entre cartas, encuentros en festivales y proyectos cinematográficos que se soñaron, aunque nunca llegaron a concretarse.

La historia salió a la luz en 2022, cuando la familia de García Márquez halló en Ciudad de México una caja con unas 150 cartas inéditas dirigidas al escritor. Entre remitentes tan diversos como Pablo Neruda, Fidel Castro, Bill Clinton o Woody Allen, apareció un nombre inesperado: Robert Redford. En una misiva fechada en marzo de 1988, el actor le escribe con tono afectuoso: “Ahora llegas a una edad en la que probablemente no quieras que te recuerden tu edad, pero si juegas bien tus cartas, puedes vivir para siempre. Así que feliz cumpleaños…”. El mensaje revela no solo cercanía personal, sino también un deseo de mantener vivo un contacto que trascendía lo protocolario.

La amistad no se limitaba a cartas. Redford había invitado a García Márquez y a su esposa, Mercedes Barcha, al Festival de Sundance. En la misma carta, el actor celebraba su presencia y confiaba en que esa visita fuera la primera de muchas. Era una época en la que Redford estaba consolidando el Sundance Institute como un espacio para el cine independiente y buscaba tender puentes hacia América Latina. Gabo, por su parte, ya se había adentrado en el mundo del cine a través de guiones y de la Escuela Internacional de Cine y Televisión de San Antonio de los Baños, en Cuba, lo que facilitó el terreno común entre ambos.

De hecho, Redford participó en talleres de guion en La Habana a finales de los años ochenta, y existe registro de García Márquez en actividades del Sundance Institute en 1989. Aquellos encuentros consolidaron una complicidad basada en la pasión por las historias, aunque desde trincheras diferentes: el cine independiente y la literatura universal. La admiración era mutua y se tradujo en propuestas de colaboración, como la creación de un laboratorio de habla hispana en Sundance, idea que Redford compartió con entusiasmo.

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Pese a ese entusiasmo, nunca se materializó una obra conjunta. No hubo adaptación cinematográfica firmada por Redford de una novela de Gabo, ni guiones escritos a cuatro manos. Sin embargo, las cartas y testimonios de época sugieren que ambos compartían un interés genuino en explorar cruces entre el cine y la literatura latinoamericana. Esa inquietud coincidía con el momento en que García Márquez apostaba por fortalecer el cine en la región y Redford buscaba abrir Sundance a voces distintas del circuito estadounidense.

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Lo fascinante de esta amistad es que permaneció en silencio durante décadas. No fue materia de entrevistas ni portada de revistas. Solo ahora, con el hallazgo de la correspondencia, emerge la imagen de un Redford entrañable, que veía en García Márquez no solo al Nobel de Literatura, sino al amigo con quien podía intercambiar proyectos e ilusiones.

La relación entre Redford y García Márquez fue discreta, casi secreta. Pero el eco de sus cartas y encuentros nos recuerda que las amistades más valiosas, incluso entre gigantes de la literatura y el cine, suelen crecer lejos del ruido mediático.

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