Cuando pensamos en películas bélicas que han dejado huella en la historia reciente del cine, es inevitable detenernos en Dunkerque (2017). Dirigida por Christopher Nolan, esta obra se consolidó como uno de los relatos más poderosos sobre la Segunda Guerra Mundial y, a ocho años de su estreno, sigue siendo una experiencia imprescindible. Más que una recreación de un episodio militar, Nolan construyó un ejercicio cinematográfico que convirtió la angustia de la guerra en un thriller de supervivencia contado a través del tiempo, la tensión y el silencio.
La película retrata la Operación Dinamo, la masiva evacuación de soldados aliados acorralados en las playas de Dunkerque por el avance nazi. El episodio histórico ya era conocido, pero el director británico le dio un nuevo aire, con un estilo inmersivo que coloca al espectador en la piel de quienes esperaban un rescate que parecía imposible. Para ello, Nolan arriesgó con una estructura narrativa en tres líneas temporales: una semana en tierra, un día en el mar y una hora en el aire. El resultado fue un rompecabezas que converge en un clímax de tensión casi insoportable, donde cada minuto cuenta y el tiempo se vuelve el verdadero enemigo.
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El reparto estuvo encabezado por rostros habituales en la filmografía de Nolan, como Cillian Murphy y Tom Hardy, además de un elenco coral que priorizaba la atmósfera sobre la construcción de héroes individuales. La apuesta funcionó: con un presupuesto de 100 millones de dólares, Dunkerque recaudó más de 530 millones en taquilla, convirtiéndose en la película más taquillera sobre la Segunda Guerra Mundial, un récord que solo sería superado años después por otra cinta del propio Nolan, Oppenheimer (2023).
El reconocimiento no tardó en llegar. La crítica celebró su audacia técnica, su sonido envolvente y su capacidad para recrear la claustrofobia de un campo de batalla abierto. La Academia de Hollywood le otorgó tres premios Oscar, incluido el de Mejor Montaje, aunque el galardón a Mejor Director le sería esquivo a Nolan hasta Oppenheimer. Sin embargo, entre los historiadores y especialistas, la película generó cierto debate: se cuestionó la escasa representación de los soldados franceses, quienes en la realidad fueron pieza clave para contener a los nazis y permitir la evacuación; y también se discutió el papel de las pequeñas embarcaciones civiles, sobredimensionado en la ficción frente a lo que indican los registros históricos.
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Estas licencias creativas, más que restar, potenciaron la visión de Nolan: mostrar la guerra no desde la exactitud documental, sino desde la vivencia emocional del miedo, la incertidumbre y la esperanza. En sus palabras, se trataba de conectar con sus propias raíces británicas, pues creció escuchando relatos de aquella evacuación. De ahí que Dunkerque sea vista como una de sus películas más personales, un relato íntimo de resistencia que no necesita grandes discursos para conmover.
A nivel visual, la cinta también se convirtió en un hito. El uso de cámaras IMAX, los efectos prácticos y la decisión de minimizar el diálogo apostaron por un lenguaje cinematográfico puro, donde las imágenes y el diseño sonoro transmitían más que cualquier guion. En lugar de glorificar la guerra, Dunkerque la presenta como un escenario donde la supervivencia es un acto colectivo y donde la humanidad se mide en silencios, respiraciones y miradas.
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Hoy, ocho años después, la película mantiene su vigencia. No solo porque anticipa muchas de las obsesiones narrativas que Nolan llevaría a otro nivel en Oppenheimer, sino porque sigue siendo un recordatorio de cómo el cine puede transformar la memoria histórica en una experiencia sensorial inolvidable. Revisitada en la actualidad, Dunkerque demuestra que su fuerza no estaba en la exactitud de los hechos, sino en su capacidad para hacernos sentir lo que significa estar atrapado en una playa, esperando que alguien cruce el horizonte para salvarnos.
Y si ya la vimos una vez en cines, quizás sea hora de volver a sumergirnos en su angustia y su belleza, porque pocas películas bélicas han conseguido transmitir tanto con tan poco. Dunkerque no solo merece un segundo visionado: lo exige.