Hoy en Netflix: La escandalosa miniserie en la que una influencer engañó al mundo con la cura del cáncer (está inspirada en hechos reales)
Santiago Díaz Benavides
Casi nadie conoce mi primer nombre, pero todos saben que tengo un homónimo español que escribe thriller. Me obsesionan las películas sobre el fin del mundo y tengo una particular debilidad por el cine de M. Night Shyamalan.

Una historia que muestra hasta dónde puede llegar la mentira cuando juega con la esperanza. Una ficción que incomoda porque, en el fondo, habla de todos nosotros.

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No hay nada más vulnerable que la esperanza. Quien alguna vez ha acompañado a un ser querido enfermo sabe que uno se aferra a cualquier cosa: una oración, un remedio casero, la promesa de un tratamiento alternativo. Y es precisamente esa necesidad de creer lo que vuelve tan incómoda —y necesaria— Vinagre de manzana, la miniserie de Netflix.

La producción australiana revive el caso de Belle Gibson, una influencer que convenció al mundo de que había vencido un cáncer terminal gracias a dietas naturales y terapias alternativas. Con esa mentira, construyó un imperio mediático, publicó un libro y se convirtió en referente de bienestar. Millones de personas la siguieron porque necesitaban creer que había otra salida, una cura distinta, más humana, menos clínica. Lo que no sabían era que todo era un engaño.

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Vista desde la comodidad del sofá, la historia podría parecer inverosímil. ¿Cómo puede alguien mentir con algo tan delicado? ¿Cómo pueden miles creerle? Pero ahí es donde la serie toca fibras más profundas: no habla solo de una estafadora, sino de la fragilidad de todos en la era digital. ¿Quién no ha compartido un consejo de salud “natural” en WhatsApp? ¿Quién no ha buscado remedios caseros en YouTube a medianoche? Belle Gibson solo llevó ese impulso colectivo al extremo, pero la base de su éxito —la fe ciega en lo que circula en redes— es algo que nos atraviesa a todos.

La interpretación de Kaitlyn Dever da vida a una protagonista que incomoda porque no es caricaturesca. Gibson aparece como alguien carismática, insegura y ambiciosa, lo que hace aún más perturbador su engaño. Y junto a ella, personajes como Milla Blake (Alycia Debnam-Carey) recuerdan que, detrás de cada mentira, siempre hay víctimas reales. La ficción logra lo que un documental no alcanzaría: mostrarnos la intimidad de la manipulación, el engranaje emocional que hace que una mentira se vuelva creíble.

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Lo más inquietante de Vinagre de manzana no es descubrir el fraude, sino darnos cuenta de lo frágiles que somos frente a esas narrativas. La miniserie es una bofetada que nos dice: cuidado con lo que consumes, cuidado con lo que compartes, cuidado con quién decides confiar tu salud o tus esperanzas.

Al final, lo que Netflix pone frente a nuestros ojos no es solo un escándalo del pasado. Es un espejo. Y lo que refleja no es agradable: vivimos en un mundo donde un post puede más que un diagnóstico médico, donde una historia bien contada puede pesar más que la verdad. Esa es la razón por la que Vinagre de manzana no se ve con distancia, sino con un nudo en la garganta. Porque nos recuerda que, en el fondo, cualquiera podría caer.

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