¿Qué pasaría si te dijeran que cada notificación, cada “me gusta” y cada video recomendado no es casual, sino el resultado de un sofisticado sistema diseñado para manipularte? El dilema de las redes sociales, el documental dirigido por Jeff Orlowski y disponible en Netflix, plantea esta inquietante premisa y logra algo poco común: que el espectador se cuestione profundamente su presencia digital y considere —literalmente— apagar el celular y salir a abrazar un árbol.
Lejos de ser una crítica superficial o alarmista, la película se apoya en testimonios de insiders de Silicon Valley: exempleados de Google, Facebook, Instagram, Pinterest y Twitter que, con tono arrepentido, revelan cómo las redes sociales están programadas no para servir a la humanidad, sino para monetizar su atención a cualquier costo. Lo más perturbador no es lo que las plataformas saben sobre nosotros, sino lo que pueden predecir y moldear: nuestro comportamiento, nuestras emociones, incluso nuestras decisiones políticas.
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El documental alterna entrevistas reales con una historia de ficción en la que una familia se ve afectada por el uso excesivo de las redes. El hijo adolescente se vuelve incapaz de interactuar con el mundo sin su teléfono; la hija sufre ansiedad por la imagen que proyecta en Instagram; la madre lucha por reconectar con ellos. Todo mientras los algoritmos —representados como personajes— manipulan su feed para mantenerlos enganchados a cualquier precio.
Más allá del dramatismo, El dilema de las redes sociales apunta a un problema estructural: el modelo de negocio de estas plataformas está basado en la vigilancia y la adicción. Como explica Tristan Harris, ex diseñador ético de Google, “si no estás pagando por el producto, tú eres el producto”. Y eso tiene consecuencias concretas: polarización política, desinformación, debilitamiento de la democracia y deterioro de la salud mental, especialmente en adolescentes.
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Es cierto que el documental no ofrece soluciones revolucionarias, pero su objetivo es más urgente: generar conciencia. Y lo logra con contundencia. Al final, uno no solo siente la necesidad de borrar sus redes sociales, sino de recuperar algo mucho más valioso: el tiempo, la atención y la conexión humana sin filtros ni algoritmos.
Si alguna vez te preguntaste si valía la pena desconectarte, esta película es tu respuesta.