En la década de 1970, Marlon Brando ya era un mito viviente. Su incorporación al elenco de Superman (1978) como Jor-El, el padre kryptoniano del héroe, no solo elevó el perfil de la película de Richard Donner, sino que marcó un antes y un después en la forma en que Hollywood miraba los filmes basados en cómics. Brando era sinónimo de respeto, y con él a bordo, el primer gran blockbuster de superhéroes ganó un prestigio inesperado. Pero lo que pocos sabían es que en aquella misma época, otro actor de culto observaba de cerca.
Jack Nicholson, por entonces ya famoso gracias a Chinatown y Atrapado sin salida, vivía en la misma propiedad que Brando en Mulholland Drive. Allí nació una relación de admiración mutua, que más tarde influiría directamente en una de las decisiones más osadas de la historia del cine comercial: la interpretación del Joker en Batman (1989).
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Cuando Warner Bros. y Tim Burton buscaron desesperadamente una estrella que pudiera aportar prestigio a su ambiciosa —y arriesgada— versión oscura del Caballero Oscuro, Nicholson no solo fue su primera opción: fue su salvación. Pero el actor no aceptó sin condiciones. Pidió el primer crédito en pantalla, tiempo libre para ver a los Lakers y un acuerdo sin precedentes que le garantizara un porcentaje de las ganancias brutas del filme. Al final, se estima que Nicholson ganó más de 50 millones de dólares, una cifra astronómica incluso hoy.
Lo que muchos no sabían es que Nicholson, al igual que Michael Keaton —quien interpretó a Batman—, también había sentido nervios al actuar junto a su ídolo Marlon Brando en The Missouri Breaks (1976). Esa experiencia marcó al actor, quien entendió el peso simbólico de tener a una figura mítica a su lado. Años después, él mismo se convertiría en esa figura para toda una nueva generación de actores y directores.
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La presencia de Nicholson no solo legitimó el proyecto de Batman, sino que también atrajo a otros talentos. Fue él quien convenció personalmente a Danny DeVito de sumarse como el Pingüino en Batman Returns (1992). Como Brando una década antes, Nicholson fue un “fuerza de la naturaleza” —en palabras del productor Peter Guber— que transformó un proyecto de estudio en un fenómeno cultural.
Si Superman había abierto la puerta a los superhéroes respetables, Batman la arrancó de cuajo gracias a un Joker que nació, paradójicamente, de la admiración por otro héroe del pasado. Nicholson, con su maquillaje de payaso y su sonrisa letal, fue el verdadero salvador de un género que, sin él, quizás nunca habría resucitado.