
Durante años, los fanáticos de Dragon Ball Z se han hecho una pregunta aparentemente obvia: ¿por qué Goku y Vegeta, con acceso constante a las esferas del dragón, nunca desearon revivir a su raza extinta, los Saiyajin? Si Shen Long o Porunga pudieron devolver a la vida a incontables personajes e incluso reconstruir planetas, traer de regreso al orgulloso pueblo saiyajin parecía una tarea sencilla. Pero la realidad es que los dos guerreros tomaron una decisión consciente de no hacerlo, y la razón va más allá de la lógica o la nostalgia.

Goku, criado en la Tierra por el amable abuelo Gohan, creció alejado de todo lo que representaba la cultura Saiyajin: la violencia, la conquista y la sed de poder. Para él, la Tierra no fue solo un hogar, sino una fuente de valores fundamentales que formaron su identidad. A pesar de enterarse de sus orígenes gracias a Raditz, jamás sintió un vínculo real con su raza natal. Revivir a los Saiyajin significaría reinstaurar una civilización guerrera que, según sus propias palabras, "solo traería problemas". Para Goku, el verdadero poder no radica en la herencia biológica, sino en el corazón de quien decide proteger a los demás.

Vegeta, por otro lado, fue criado como príncipe en un entorno donde la supremacía y la destrucción eran ley. Durante mucho tiempo vio a los Saiyajin como extensiones de su ambición personal. Pero tras la destrucción del planeta Vegeta a manos de Freezer, algo cambió en él. A lo largo de Dragon Ball Z y Dragon Ball Super, su evolución como personaje lo llevó a priorizar a su familia en la Tierra, especialmente a Bulma y Trunks. Revivir a los Saiyajin implicaría revivir también sus viejas costumbres: la sed de sangre, la jerarquía basada en la fuerza, el desprecio por los débiles. Vegeta entendió que ya no era ese joven guerrero orgulloso que soñaba con dominar el universo, sino un protector de su nuevo hogar.

La decisión de no revivir a los Saiyajin no fue una omisión ni un olvido, sino un acto de madurez. Ambos personajes renunciaron al pasado para asegurar un futuro más pacífico. En lugar de reconstruir una civilización peligrosa, eligieron convertirse en símbolos de redención.