Estos dos colombianos, con millones de seguidores en redes, han recorrido el mundo probando los mejores restaurantes y ahora también escriben: Así es el libro de Bogotaeats
Santiago Díaz Benavides
Casi nadie conoce mi primer nombre, pero todos saben que tengo un homónimo español que escribe thriller. Me obsesionan las películas sobre el fin del mundo y tengo una particular debilidad por el cine de M. Night Shyamalan.

Un viaje por los sabores del mundo, con escala en la memoria y el afecto. El libro de Alejandro Escallón y María Camila de Francisco es más que una guía: es una confesión viajera.

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Por años, Alejandro Escallón y María Camila de Francisco han hecho de comer una experiencia con todas las letras. A través de Bogotaeats —una de las cuentas gastronómicas más influyentes del país— han recorrido el mundo entero y han contado, plato a plato, lo que sus sentidos descubren. Su libro ¿A dónde fuimos y qué comimos? es una extensión de lo que nos han venido mostrando, la decisión de convertir la fugacidad del bocado en algo que perdure.

Publicado por Montena, sello que pertenece al grupo editorial Penguin Random House, y escrito con la misma calidez de quien recomienda restaurantes a un amigo, el libro nace no de una pretensión, sino de una necesidad íntima. “Teníamos tantos viajes bien comidos y bien recorridos que este proyecto empezó como un tributo a nuestra amistad”, cuenta Escallón, en entrevista con Sensacine Colombia. La idea fue sencilla: no una guía de estrellas, sino una bitácora de encuentros.

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Y es que hay comidas que uno no olvida, no por el sabor, sino por lo que despiertan. La hamburguesa que sabe a alegría infantil. Una empanada que devuelve al recreo del colegio. Un arroz chino que no importa cuán lejano esté el país, siempre trae de vuelta a papá.

Alejandro Escallón lo sabe. Y por eso, cuando habla de su libro, lo hace como quien abre un álbum de fotos familiares. Junto a su socia han recorrido decenas de ciudades, sentándose en mesas de todo tipo: de manteles de lino y de plástico, con cubiertos de plata y con palillos desechables. Lo han hecho para comer, sí, pero también para conversar, observar, recordar. El resultado no es un listado de restaurantes recomendados, sino un mapa emocional de lo que comieron y de lo que les pasó mientras lo hacían.

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“A mí una empanada me sabe a felicidad total”, confiesa Alejandro. “Y eso no tiene que ver con la crocancia o el relleno. Tiene que ver con la infancia, con lo que representa”.

Comer es recordar

La conversación con Escallón revela algo fundamental: comer, para él, nunca ha sido un acto neutro. Desde hace años, viaja con el objetivo claro de probar, de buscar un sabor que le diga algo. Pero fue en la escritura donde entendió que esos sabores también lo estaban buscando a él.

“Yo viajo para comer, no como porque estoy viajando”, repite como si fuera un mantra. Pero comer también es detenerse a pensar por qué algo te supo a lo que te supo. “Yo no cociné toda la vida. Empecé en la pandemia. Y eso me ayudó a entender mejor los platos, a percibir otras cosas. A conectar con lo que me gusta de verdad”.

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Es esa consciencia la que atraviesa cada página del libro. No solo se cuentan restaurantes, también se reconstruyen momentos: la anécdota en Roma cuando no lograron entrar al lugar más famoso por su pasta boloñesa y se inventaron toda una historia para intentarlo. O la vez que un chef en Lima no solo les ofreció la carta entera, sino que los llevó personalmente a conocer los bares del barrio Barranco. “Son historias que no caben en un post de Instagram, pero que ahí quedaron, escritas”.

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La nostalgia se sirve en plato

Cuando Alejandro dice que la comida es nostálgica, lo hace con certeza. Habla del pie de pollo que preparaba su abuela paterna, de las papas chorreadas de su mamá, de los sabores que emergen no del plato, sino del recuerdo.

“Uno va a la ciudad de alguien y te dice: ‘Te voy a llevar a comer la mejor empanada del mundo’. Y tal vez no lo sea. Pero alrededor de esa empanada hay una vida entera. Y eso es lo que estás probando, más allá del sabor”.

CESAR MELGAREJO

También hay una reflexión más honda: los sabores cambian, pero las emociones que evocan perduran. Así, los restaurantes que hoy lideran junto a María Camila —como Verano o Ideal— son el resultado de viajes previos, donde ciertos platos les hablaron al corazón. El butter chicken de una noche en Nueva York, los sabores de Tel Aviv traducidos al lenguaje cotidiano.

“Al final, uno siempre vuelve a casa. Incluso cuando está comiendo en otro continente”, dice Alejandro. “Porque los sabores viajan con uno”.

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Un libro que se lee como se come: con calma

¿A dónde fuimos y qué comimos? no busca ser definitivo. No está cerrado, como tampoco lo está la memoria. Hay ciudades que no alcanzaron a incluir, platos que siguen pendientes. Pero lo que está, está elegido con el cuidado con que se elige qué contarle a un amigo íntimo.

“La tristeza en la comida —dice Alejandro— es comer por resolver. Cuando comes por obligación. La felicidad es otra cosa. Es sentarte y entender lo que estás viviendo en ese momento”.

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Y eso es, en últimas, lo que ofrece el libro: una invitación a vivir la comida como un acto emocional, sensorial, casi espiritual. A reconocer que en cada plato puede esconderse una historia, una persona, una época. Que lo que uno come, si lo piensa bien, dice mucho de quién es.

Así, Bogotaeats deja de ser solo una cuenta viral y se convierte en una declaración personal. Una en la que dos amigos decidieron no solo mostrar lo que probaron, sino también contarse a sí mismos a través de ello.

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