
Ver Marley y yo en medio del duelo por una mascota puede parecer una pésima idea. A primera vista, es como lanzarse al fuego con una camisa empapada en gasolina: un recordatorio constante de lo que ya no está, de la rutina que se fue, de la mirada que ya no nos sigue por la casa. Pero también puede ser —y eso lo descubre uno apenas cuando se permite mirar sin miedo— una de las formas más genuinas de comenzar a sanar.
La película, dirigida por David Frankel y disponible en Prime Video para Colombia, se presenta como una comedia familiar. Un perro desobediente que causa todo tipo de estragos, unos dueños que no saben bien qué hacer con él, y la vida que va avanzando entre pañales, mudanzas y trabajos frustrantes. Pero Marley y yo no es sobre un perro travieso. Es sobre el amor absoluto que existe cuando se vive con una mascota, sobre cómo su presencia se convierte en el hilo que cose los días, en la compañía que no pide explicaciones, en el testigo silencioso de nuestra historia.

Para quienes han perdido a ese compañero peludo que hizo de su casa un hogar, la película puede doler. Y mucho. No se trata de lágrimas fáciles ni manipulaciones emocionales: duele porque es real, porque en Marley reconocemos esa forma particular de amor que solo los animales saben ofrecer, sin juicio, sin rencor, con una lealtad que es difícil de encontrar incluso entre humanos.
Pero también hay algo profundamente reparador en ver cómo otros —aunque sean personajes de ficción— pasan por lo mismo. Hay consuelo en saber que no estamos solos en ese vacío que queda cuando ya no hay patas en el piso, ni hocico en la puerta, ni babitas en la cama. La historia de Marley le pone rostro y nombre al dolor que muchas veces se queda mudo, porque la sociedad aún minimiza el duelo por una mascota como si fuera menor.

Y, sin embargo, ese dolor es gigantesco. Quienes han amado a un perro o a un gato con el alma entienden que la pérdida no se mide por especie, sino por vínculo. Por eso, Marley y yo no busca minimizar ni acelerar el proceso de duelo, sino simplemente acompañarlo. Ofrece una historia que se parece a la nuestra, con momentos torpes, divertidos, intensos, y un final que es inevitable, pero también lleno de significado.
Quizás lo más hermoso de verla en medio del duelo es que nos recuerda que el amor no termina con la muerte. Que cada paso, cada travesura, cada mirada compartida sigue estando en nosotros. Y que llorar está bien, porque también es una forma de agradecer.

Así que, si acabas de perder a tu mascota, como me acaba de ocurrir a mí, si tu casa se siente demasiado silenciosa o tu corazón demasiado roto, date permiso de ver esta película. No para buscar respuestas, sino compañía. Porque a veces, lo único que necesitamos para sentirnos un poco mejor es saber que no estamos solos en lo que sentimos. Y Marley, aunque no lo sepa, está ahí para recordárnoslo.