
Cuando el cardenal Robert Prevost se asomó al balcón de la Basílica de San Pedro y fue proclamado León XIV, no solo inauguraba una nueva etapa para la Iglesia católica: también revivía una memoria papal con raíces cinematográficas. Y es que antes de este pontífice latino-estadounidense, ya hubo otro León que dejó su nombre grabado tanto en la historia del Vaticano como en los anales del cine: León XIII, el primer papa en ser filmado.
Gioacchino Pecci, conocido como León XIII, nació en 1810 y fue un hombre sorprendentemente moderno para su época. Amante de la fotografía y las ciencias ópticas, llegó a escribir poesía dedicada al arte fotográfico cuando aún era arzobispo. Una vez elegido papa, incluyó una representación de la fotografía en un fresco vaticano, señal clara de su aprecio por las nuevas tecnologías.

Pero su mayor legado en este ámbito vendría a finales del siglo XIX, cuando permitió la entrada de cámaras al Vaticano. Entre 1898 y 1902 se realizaron las primeras filmaciones de un sumo pontífice, registrando imágenes históricas de León XIII saludando a la Guardia Suiza, montando en carruaje y bendiciendo a la cámara. Estas grabaciones, que duran apenas dos minutos, lo convierten —según algunos historiadores— en la persona más antigua en haber sido capturada en película.
La autoría de estas cintas ha sido motivo de debate: inicialmente se atribuían al italiano Vittorio Calcina, pero estudios recientes sugieren que el estadounidense William Kennedy Dickson, pionero del cine y colaborador de Thomas Edison, habría sido el verdadero responsable de la primera filmación. Posteriormente, otros registros fueron obra de Francesco de Federicis, fotógrafo personal del papa.

Curiosamente, más de un siglo después, es otro estadounidense quien se convierte en Papa y toma el nombre de León XIV. Robert Prevost, nacido en Chicago, hijo de inmigrantes europeos, pasó años como misionero en Perú y fue obispo en Chiclayo antes de ser llamado a Roma por el Papa Francisco. Su elección refleja una Iglesia que sigue apostando por la continuidad y la apertura al mundo moderno.
Así, el nombre de León resuena nuevamente en la Santa Sede, evocando tanto la espiritualidad de su tiempo como un vínculo con la historia del cine, un recordatorio de que la Iglesia, aún con siglos de tradición, ha sabido caminar al ritmo de los nuevos lenguajes. ¿Casualidad o guiño a la historia? Solo el tiempo lo dirá.