Ya vimos el tercer episodio de 'The Last of Us' y no creerás lo que nos pasó
Santiago Díaz Benavides
Desde 'Forrest Gump' hasta 'Interestelar', pasando por 'Guerra Mundial Z' y 'Naruto', puedo pasar horas hablando sobre mis producciones favoritas. Si me preguntas qué es lo que más me gusta del cine te diré que es mucho mejor que la vida.

El episodio 3 de la segunda temporada nos sumerge en una intensidad narrativa que deja sin aliento.

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Con una punzada en el pecho. Así comienza el tercer episodio de la segunda temporada de The Last of Us. No hay prólogo, no hay consuelo. Solo el vacío que deja una muerte que no terminamos de procesar. El nuevo episodio de la serie de HBO nos recuerda que el dolor no avisa, solo llega y se instala.

Ver a Bella Ramsey interpretar el duelo es como ver un animal herido que no deja que nadie se le acerque. No necesita palabras. Con una sola mirada, entendemos que han pasado tres meses y que, aun así, la herida está fresca, como si lo de Joel hubiese ocurrido ayer. La dirección de Craig Mazin lo entiende y no se apura. La cámara la sigue con respeto, como si supiera que entrar en su mundo ahora es pisar un campo minado.

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Y entonces llega Dina.

En otra serie, su aparición hubiera sido un alivio. Aquí no. Aquí Dina viene con una noticia que reaviva todo lo que Ellie había tratado de contener. Sus palabras bastan para que el episodio cambie de tono: del luto a la furia contenida, de la pausa a la necesidad de moverse. Pero no se trata de venganza simple, de una búsqueda vacía de justicia. Lo que vemos es a una adolescente convertida en soldado de sus propios dolores, enfrentándose a un mundo donde ya no existen los términos medios.

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La narrativa del episodio es como un río subterráneo: no lo ves, pero sabes que corre con fuerza. Hay una escena en particular —que no revelaremos, por supuesto— donde Ellie se detiene, respira y simplemente observa. No hay diálogos. No hay música. Solo el peso del momento. Y de pronto, el espectador se da cuenta de que ha dejado de respirar.

La serie ha aprendido algo fundamental en esta temporada: que el verdadero horror no siempre viene de los infectados, sino de lo que se pierde por el camino. De los vínculos rotos, de las palabras no dichas, de las decisiones que nos persiguen. Y eso se siente aquí con una fuerza abrumadora. Porque sí, aparecen los LOBOS, y hay momentos de tensión que nos dejan al borde del asiento, pero lo que nos desarma es la humanidad —o la pérdida de ella— en cada escena.

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Y es que este episodio no busca sorprender con giros ni cliffhangers. Su objetivo es otro: construir un puente. Uno que nos lleva desde la muerte hacia lo que viene, pero dejando claro que cruzarlo será doloroso. The Last of Us no solo nos está contando una historia postapocalíptica; está hablándonos del alma, de lo que se quiebra cuando todo lo demás ya se ha derrumbado.

No sabemos qué vendrá después. Lo que sí sabemos es que lo que vimos en este episodio no se nos va a olvidar pronto. Porque The Last of Us acaba de recordarnos que el fin del mundo puede ser también el inicio de algo más oscuro… y personal.

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