Esta fue la técnica japonesa que inspiró a Guillermo del Toro para crear su ‘Frankenstein’
Desde 'Forrest Gump' hasta 'Interestelar', pasando por 'Guerra Mundial Z' y 'Naruto', puedo pasar horas hablando sobre mis producciones favoritas. Si me preguntas qué es lo que más me gusta del cine te diré que es mucho mejor que la vida.

Una danza nacida del dolor marcó los movimientos de la Criatura más trágica —y hermosa— que el cine ha visto en años.

Si algo distingue a Guillermo del Toro es su capacidad para mirar lo monstruoso desde el prisma de la humanidad: seres que respiran fragilidad, criaturas que son más víctimas que villanos. Por eso su versión de Frankenstein no podía apoyarse en el cliché del “monstruo torpe” que deambula sin alma. Del Toro imaginó a su Criatura como un organismo recién nacido en un cuerpo ajeno, alguien que habita la carne como si cada impulso fuese un relámpago desconocido. Para darle vida a esa idea, recurrió a una disciplina que no estaba en el radar de Hollywood: el butō, una danza japonesa surgida tras Hiroshima y Nagasaki.

El butō convierte el mínimo movimiento en un estremecimiento. No es una danza para exhibir belleza, sino para expresar trauma, vacío, renacimiento. Cuando Jacob Elordi se sumergió en este lenguaje corporal, encontró una clave que redefinió a la Criatura: un ser ensamblado por fragmentos, incapaz de reconocerse, que camina como si cada articulación fuera nueva y cada paso cargara el peso de una memoria rota. El cuerpo, en esta película, habla antes que el diálogo.

Del Toro sabía que ese enfoque físico encajaba con la esencia trágica propuesta por Mary Shelley, la verdadera arquitecta del mito. Por eso su Frankenstein no busca asustar, sino conmover. La Criatura es un alma desnuda atrapada en un cuerpo que no pidió, una presencia que debe aprender a vivir entre la curiosidad y el rechazo. El resultado es visualmente sobrecogedor: un personaje construido con 42 prótesis, cicatrices que se ramifican con un propósito casi poético y una textura corporal inspirada en el kintsugi, la técnica japonesa que repara cerámicas rotas resaltando sus fracturas con oro. Aquí, las heridas no se ocultan: se celebran como marcas de historia.

Ese cuerpo dialoga con el universo visual que Del Toro despliega en pantalla. Con escenarios gigantescos, un vestuario minucioso y una paleta cromática tejida por la diseñadora Kate Hawley, el filme organiza su relato a través del color: el rojo que pasa de la madre de Victor a su hijo; el verde que envuelve a Elizabeth; los tonos fríos que definen la piel inerte de la Criatura. Cada decisión estética actúa como un mapa emocional.

Las referencias artísticas también están sembradas con delicadeza: la Medusa de Caravaggio, La creación de Adán de Miguel Ángel, el dramatismo de la imaginería barroca. Del Toro busca recordarnos que su inspiración viene del arte, no de la ciencia, y que cada encuadre está diseñado para elevar a la Criatura a la altura de una tragedia clásica.

Todo converge en una tesis conmovedora: el monstruo no es violento por naturaleza; es un cuerpo desorientado tratando de comprender un mundo que le niega su lugar. Y en esa confusión, en esa ternura desarmada, Del Toro encuentra la belleza. Su Frankenstein respira dolor, esplendor y humanidad por cada costado. Una criatura hecha de cicatrices, sí, pero también de poesía.

facebook Tweet
Noticias relacionadas