En medio del estreno de Estado de fuga, una serie que vuelve la mirada hacia uno de los episodios más oscuros de la historia reciente del país, hay un rostro que algunos espectadores empiezan a reconocer con mayor claridad. Se trata de Cristal Aparicio, actriz colombiana que hace parte del elenco de esta producción de Netflix interpretando a Teresa. Su rostro ya viene siendo conocido, especialmente luego de haber integrado el reparto de Cien años de soledad, la adaptación más esperada —y delicada— de la obra de Gabriel García Márquez. Dos proyectos muy distintos entre sí, pero igualmente exigentes, que hoy la colocan en el radar de una audiencia mucho más amplia.
La trayectoria de Aparicio no responde al modelo del descubrimiento repentino. Su camino en la actuación comenzó desde muy joven, con participaciones en series de la televisión colombiana como La gloria de Lucho, Enfermeras, o Las Villamizar, espacios en los que fue construyendo oficio y experiencia lejos del ruido mediático. Años después, su interpretación de Rocío en Sound of Freedom le dio una visibilidad internacional inesperada, confirmando una capacidad actoral que ya venía gestándose con paciencia y rigor.
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Ese recorrido explica, en buena medida, su presencia en Cien años de soledad, una producción que no solo exige talento, sino una comprensión profunda del universo simbólico de Macondo. En la serie, Aparicio interpreta a Remedios Moscote, un personaje clave dentro de la saga de los Buendía, asociado a la fragilidad, la idealización y el peso de las decisiones que marcan generaciones. Ser parte de este proyecto no es un simple crédito más: es una validación artística dentro de una de las adaptaciones literarias más importantes jamás producidas en Colombia.
El contraste llega con Estado de fuga, donde la actriz se mueve en un registro completamente distinto. En esta serie de tono sobrio y contenido, Aparicio encarna a Teresa, un personaje que forma parte del entramado coral con el que la producción reconstruye una época atravesada por la violencia, el silencio y la incomprensión. Aunque no se trata de un rol protagónico, su presencia aporta textura emocional a una narrativa que evita el sensacionalismo y apuesta por la observación psicológica y social.
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Lo interesante de este momento en su carrera es justamente esa dualidad: pasar de un relato casi mítico, cargado de simbolismo y tradición literaria, a una historia anclada en la memoria colectiva y el trauma contemporáneo. Aparicio transita ambos universos sin estridencias, apostando por personajes que no buscan robarse la escena, sino habitarla con verdad.
Quizá su nombre todavía no sea masivo, pero si algo dejan claro Cien años de soledad y Estado de fuga es que su presencia en pantalla ya no es casual. Y, muy probablemente, tampoco será pasajera.