Hay thrillers que funcionan como un juego de ingenio y otros que operan desde la incomodidad pura: Malicia pertenece a esta segunda categoría. Desde que llegó a Prime Video el 14 de noviembre, la miniserie no ha dejado de sumar espectadores, en parte porque entiende muy bien cuál es su principal capital: la sensación de estar viendo a alguien cruzar límites que no parecen tan lejanos a la vida real. Con seis episodios, un ritmo que no pierde tiempo y un protagonista diseñado para sembrar desconfianza incluso antes de que entendamos por qué, Malicia se abre paso sin maniobras espectaculares, pero con una precisión quirúrgica.
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La historia sigue a Adam, un tutor que domina el arte de caer bien. Es encantador, educado, aparentemente empático. Es el tipo de persona que puede entrar a una casa por la puerta grande sin que nadie lo cuestione. Durante unas vacaciones en Grecia, logra acercarse a la familia Tanner, una familia adinerada que está más acostumbrada a resolver problemas que a anticiparlos. Cuando la niñera enferma de gravedad, Adam ofrece ayuda. Y en ese gesto —uno que cualquier familia agotada podría agradecer— se esconde la primera señal de alerta: no es solo que él quiera estar ahí, es que necesita estarlo.
A partir de ese momento, Malicia se vuelve un estudio del comportamiento depredador en cámara lenta. Adam observa, adapta su discurso, toma nota de cada fisura emocional. No hay escenas de impacto diseñadas para asustar; lo que produce escalofríos es el cuidado con el que él acomoda cada pieza para volverse imprescindible. Jack Whitehall sorprende en un registro completamente opuesto a su imagen habitual, jugando con esa ambigüedad que lo hace ver tan útil como peligroso. A su lado, David Duchovny y Carice Van Houten sostienen muy bien la tensión desde la otra orilla: la de quienes tardan demasiado en reconocer el peligro.
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Mike Barker y Leonora Lonsdale dirigen la serie con la misma economía que exige su guion: no hay adornos, no hay distracciones, no hay exceso. Todo ocurre en espacios luminosos, cotidianos, donde la amenaza se filtra porque es precisamente inesperada. Ese contraste —la normalidad como escenario para la manipulación— es uno de los hallazgos más efectivos de la producción.
Y quizá ahí está la razón por la que Malicia se ha colado entre lo más visto de Prime Video: no necesita giros grandilocuentes para atrapar. Lo hace desde algo mucho más elemental y, por eso mismo, más perturbador: la posibilidad de que la persona más peligrosa sea aquella que, al llegar, parecía una ayuda. Aquí, el horror no entra por la fuerza. Entra cuando abrimos la puerta.