El romance de época en Prime Video que mezcla pasión, traición y fantasía
Santiago Díaz Benavides
Casi nadie conoce mi primer nombre, pero todos saben que tengo un homónimo español que escribe thriller. Me obsesionan las películas sobre el fin del mundo y tengo una particular debilidad por el cine de M. Night Shyamalan.

Una reina olvidada vuelve a la vida en una versión que convierte la historia en un delirio romántico lleno de magia, peligro y humor filoso.

Prime Video

Pocas producciones han explorado esta figura como lo ha hecho My Lady Jane, la serie de Prime Video que toma a la reina que apenas gobernó nueve días y la convierte en el corazón de una fantasía romántica donde el poder se disputa con sonrisas afiladas, hechicería secreta y giros que desobedecen por completo los manuales del drama de época. Aquí la narrativa no compite con lo convencional: lo pulveriza con gracia.

Basada en la novela escrita por Cynthia Hand, Brodi Ashton y Jodi Meadows, la producción reescribe la tragedia real de Lady Jane Grey para abrir un portal a un universo donde el destino puede renegociarse, donde las mujeres ya no aceptan la fatalidad como mandato y donde hasta la corona tiembla ante los deseos del corazón. El resultado es un híbrido electrizante: parte fantasía, parte romance ardiente, parte sátira de época con un humor que nunca pide permiso.

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En esta versión, Jane —interpretada con magnetismo por Emily Bader— deja atrás el arquetipo de joven sacrificada para convertirse en una protagonista feroz, brillante y terca, con una voz propia que quiere rebelarse contra todo lo que la época espera de ella. Su matrimonio arreglado con Guildford Dudley (Jordan Peters) da pie a uno de los romances más sabrosos que ha estrenado Prime Video: lleno de tensión, secretos, traiciones familiares y esa electricidad emocional que recuerda que amar, en ciertos mundos, es un acto potencialmente mortal.

Pero donde My Lady Jane marca su verdadera diferencia es en su elemento fantástico. En este reino alterno, Inglaterra está dividida entre humanos “ordinarios” y los Eðians, personas capaces de transformarse en animales. Esta grieta mágica, que en otra serie sería decorativa, aquí se vuelve clave para entender la política, la violencia y las traiciones que sostienen el poder. Cada transformación es una metáfora —y también un arma.

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La puesta en escena es un despliegue de irreverencia: tonos vibrantes, un vestuario que mezcla lo histórico con lo pop, guiños que rompen con la solemnidad clásica y un ritmo que nunca permite distracciones. My Lady Jane entiende la época, pero se aleja de ella cuando le conviene, en un coqueteo constante con el humor moderno. A ratos parece hija de The Great; en otros, se siente prima de Bridgerton; y en sus momentos más salvajes, recuerda a Ella Enchanted, Shrek o incluso a ciertas comedias británicas que se deleitan en lo absurdo.

El elenco secundario —con figuras como Anna Chancellor, Kate O’Flynn, Dominic Cooper y Jim Broadbent— aporta sofisticación y un filo cómico que sostiene el tono burlón de la trama. No hay personaje que esté ahí para rellenar: todos empujan la historia, todos se prestan para el juego.

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Y lo más seductor es que, a pesar de su descaro, la serie logra algo profundamente humano: preguntarse qué ocurre cuando alguien decide reescribir su destino. Ese deseo —tan íntimo y tan universal— es el motor de cada episodio. Por eso, My Lady Jane no es solo un romance de época: es una declaración de independencia disfrazada de fábula fantástica.

Si buscas una serie que te haga sonreír, suspirar y levantar una ceja con cada giro, este título de Prime Video es el nuevo best seller audiovisual de tu radar.

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