Hay películas que entran con sigilo, sin grandes campañas ni ruido mediático, pero que se quedan resonando en el pecho días después. Los campeones (Champions), dirigida por Bobby Farrelly y protagonizada por Woody Harrelson, es una de ellas: una comedia amable, reflexiva y profundamente humana, de esas que recuerdan que la risa también puede ser un acto de ternura. Y sí, puede que el tráiler te venda una historia clásica de “entrenador rígido + equipo singular”, pero la verdad —la que uno descubre ya dentro del metraje— es que esta cinta va de algo mucho más poderoso.
Harrelson interpreta a Marcus Marakovich, un entrenador temperamental, impulsivo y francamente perdido, cuya carrera se ha ido erosionando entre malas decisiones y un ego que no termina de aceptar sus derrotas. Después de un accidente causado por conducir en estado de embriaguez, un juez lo sentencia a cumplir servicio comunitario entrenando a un equipo de baloncesto integrado por jóvenes con discapacidad intelectual. Una medida que, más que un castigo, se convierte en un espejo brutalmente honesto sobre la vida que ha venido evitando mirar.
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El equipo, llamado The Friends, está interpretado por actores con discapacidad intelectual, decisión que le da a la película una autenticidad vibrante. No son personajes a los que haya que “salvar”. No son excusa narrativa. No son protagonistas simbólicos. Son personas completas, con humor, rabia, ambiciones, habilidades reales para el baloncesto y un sentido del compañerismo que deja a Marcus —y a nosotros— sin argumentos. Ellos no necesitan que él los transforme: es él quien necesita un cambio de vida.
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La película toma este punto con delicadeza, sin discursos solemnes ni sentimentalismos tramposos. En cambio, se mueve entre el humor y la introspección, construyendo una comedia que nunca ridiculiza al otro para hacer reír. A la manera de las buenas historias deportivas, Los campeones convierte la cancha en un laboratorio emocional: un territorio donde se forjan la paciencia, la humildad y la capacidad de mirar al otro sin filtros.
Y aunque es un remake de la aplaudida película española Campeones (2018), esta versión encuentra su propio tono. Harrelson, siempre solvente, entrega una actuación cálida, imperfecta, casi a la deriva, que funciona como contrapeso de la energía luminosa del equipo. La comedia surge de la fricción entre mundos, no de caricaturas. Y cuando la película se permite momentos de emoción, no busca arrancar lágrimas: las convoca.
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Los campeones es, en el fondo, una historia sobre dejarse enseñar por quienes la sociedad suele subestimar. Es una invitación a renunciar a la soberbia, a mirarse con honestidad y a aceptar que la vida siempre puede dar un giro si uno está dispuesto a escuchar. Es divertida, es amable, es ligera cuando tiene que serlo y profunda cuando menos te lo esperas.
Si esta semana necesitas una película que te saque una sonrisa y te devuelva un poquito la fe en lo humano, súbela ya a tu lista. No te cambiará la vida, pero sí el día. Y eso, de vez en cuando, es suficiente.