Esta semana llega a Netflix una de las películas de acción más intensas de todos los tiempos con Chris Hemsworth y Anya Taylor-Joy
Santiago Díaz Benavides
Desde 'Forrest Gump' hasta 'Interestelar', pasando por 'Guerra Mundial Z' y 'Naruto', puedo pasar horas hablando sobre mis producciones favoritas. Si me preguntas qué es lo que más me gusta del cine te diré que es mucho mejor que la vida.

Un regreso furioso al desierto más famoso del cine que ahora aterriza en streaming para conquistar a una nueva generación de espectadores.

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Hay películas que nacen para el ruido, para ese vértigo que solo el cine de acción puede regalar cuando se hace con rigor, músculo y una visión estética que no le teme al exceso. Furiosa: de la saga Mad Max, la precuela dirigida por George Miller, es justamente eso: una entraña en combustión. Un rugido que se abre paso entre sandstorms, motocicletas delirantes y un mundo donde la supervivencia dejó de ser una posibilidad para convertirse en un activo estratégico.

Ahora, el filme protagonizado por Anya Taylor-Joy y Chris Hemsworth aterriza en Netflix, listo para multiplicar el impacto que dejó en salas de cine y para encontrar nuevos fanáticos que quizá no vivieron la fiebre de Fury Road, pero que sienten la necesidad de una buena dosis de caos coreografiado.

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Miller vuelve a su Wasteland con la convicción de quien tiene un mapa tatuado en la cabeza. Aquí, sin Tom Hardy ni Charlize Theron, la historia retrocede para mostrar los orígenes de Furiosa, esa guerrera que en Fury Road se convirtió en icono absoluto. Taylor-Joy recoge el testigo con intensidad contenida, una mezcla de ferocidad silenciosa y mirada calculada que hace del personaje una figura casi mitológica. No habla demasiado, pero cada gesto suyo parece guardar una promesa: nadie sale ileso de este mundo.

El antagonista, Dementus, interpretado por un Chris Hemsworth irreconocible y brutal, aporta el contrapeso perfecto. El actor australiano se libera de la sombra de sus papeles heroicos para convertirse en un tirano performático, caprichoso, capaz de convertir el desierto en un tablero político que se mueve a punta de violencia y carisma tóxico. Su química en pantalla con Taylor-Joy es la de dos fuerzas que colisionan por destino: inevitables, peligrosas, fascinantes.

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Lo que hace de Furiosa una de las películas de acción más intensas de los últimos años no es solo el despliegue técnico —las persecuciones imposibles, las acrobacias de alto riesgo, el diseño de producción que parece respirar arena y óxido—, sino la forma en que todo ese artificio sostiene una historia profundamente humana. Miller entiende que la acción, para funcionar, debe tener alma. Y aquí la encuentra en una joven arrancada de su hogar, moldeada por la barbarie y destinada a convertirse en un mito que no pidió serlo.

El filme, estrenado inicialmente en Cannes y recibido con aplausos largos y argumentados, no tuvo la recaudación que muchos esperaban, pero eso nunca definió su valor. El boca a boca, la crítica especializada y la devoción de la comunidad cinéfila la han convertido en una pieza imprescindible del cine moderno de acción.

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Su llegada a Netflix esta semana abre una nueva ventana: la de quienes la verán por primera vez sin el rugido de una sala, pero igual de dispuestos a dejarse arrastrar por el vértigo. Porque Furiosa no es solo entretenimiento: es un viaje eléctrico, una lección de dirección y un manifiesto visual.

Y ahora está a un clic de distancia.

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