Algunas de las diferencias entre la obra original y la nueva película de ‘Frankenstein’ de Guillermo del Toro
Santiago Díaz Benavides
Casi nadie conoce mi primer nombre, pero todos saben que tengo un homónimo español que escribe thriller. Me obsesionan las películas sobre el fin del mundo y tengo una particular debilidad por el cine de M. Night Shyamalan.

Una lectura comparada que revela cómo el cineasta resignifica el mito sin romper del todo con Mary Shelley.

Netflix

La llegada del Frankenstein de Guillermo del Toro a Netflix puso de nuevo en la conversación una obra que ha acompañado generaciones enteras. Y, como suele pasar con los clásicos, el regreso obliga a una pregunta inevitable: ¿qué tanto se acerca esta nueva película al libro de Mary Shelley, y en qué momentos decide tomar su propio camino? Del Toro, que lleva años pensando esta historia, parte del texto original, lo respeta y, al mismo tiempo, lo reescribe desde intereses contemporáneos. Esa mezcla es la que explica por qué la película se siente familiar y, aún así, completamente distinta.

En la novela de Shelley, Victor Frankenstein es hijo de un padre amoroso y de una familia que lo educa bajo la indulgencia. La película modifica ese punto de partida: Leopold, interpretado como un hombre severo, obsesionado con la reputación y con una visión fría de la ciencia, termina moldeando a un Victor más frágil, más inestable, y marcado por un trauma que guía sus decisiones. Esta diferencia transforma el eje emocional del protagonista: ya no se mueve por orgullo elevado, sino por vergüenza, por el peso de un legado que siente incapaz de sostener.

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Con Elizabeth ocurre algo similar. En la novela, Shelley la sitúa como parte de la familia Frankenstein: es adoptada, crece con Victor y se convierte en su compañera, casi un refugio. En la película, del Toro desmonta ese vínculo. Elizabeth ahora es hija de Heinrich Harlander —un personaje nuevo interpretado por Christoph Waltz— y prometida de William, el hermano de Victor. Lo que podría sonar a capricho narrativo termina funcionando para darle agencia propia: Elizabeth es entomóloga, tiene pensamiento crítico y, sobre todo, se permite confrontar a Victor, algo impensable en el texto original. Su presencia ya no existe para consolar al científico, sino para cuestionarlo.

El proceso de creación de la criatura también tiene variaciones importantes. Shelley describe a un Victor aislado, que en secreto va reuniendo piezas humanas en salas de disección, tumbas y mataderos. Dos años de trabajo silencioso lo conducen a una escena fundacional: el monstruo abre los ojos y Victor huye en un acto de terror absoluto. En la adaptación, en cambio, la creación es un proyecto compartido: William y Harlander conocen los experimentos y participan en la preparación del pararrayos que dará vida al cuerpo armado con restos del campo de batalla. Tampoco hay huida inmediata. Victor observa, escucha el corazón recién activado y se aferra a la idea de enseñar, aunque pronto repite con su criatura la violencia que él mismo sufrió.

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Esa relación entre Victor y la Criatura es quizá una de las diferencias más profundas. Mientras que en la novela el monstruo es una figura trágica, marcada por el rechazo social, aquí del Toro enfatiza el ciclo del abuso. Victor exige perfección y castiga el fracaso; la Criatura aprende que la violencia es un lenguaje heredado. El director coloca el foco en el trauma generacional, no en la advertencia sobre los límites científicos que Shelley planteó en 1818.

El destino de Elizabeth también se aparta del canon. En el libro, la Criatura la asesina en la noche de bodas cumpliendo su promesa de venganza. En la película, ella muere al interponerse para evitar que Victor dispare contra su propia creación. Su final, más trágico que violento, responde a una lectura distinta del vínculo entre ambos y sostiene la idea de que son figuras subordinadas a las decisiones de un mismo hombre.

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Incluso el final cambia. En la novela, Victor muere exhausto y la Criatura, arrepentida, decide desaparecer. Del Toro apuesta por un cierre más íntimo: el monstruo enfrenta a Victor, este reconoce su error y lo llama hijo antes de morir. Es una escena que privilegia el perdón frente al horror, y que confirma la intención del director: contar la historia desde la humanidad, no desde el castigo.

En suma, la película de Guillermo del Toro no sustituye a Shelley, pero sí dialoga con ella. Mantiene elementos estructurales, respeta el tono gótico y el marco narrativo, pero desplaza el eje temático hacia la culpa, el trauma y la posibilidad del entendimiento. A dos siglos de su publicación, Frankenstein sigue siendo un texto vivo. Del Toro lo sabe, y por eso su adaptación no busca repetir el mito, sino reanimarlo. Una vez más.

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