La miniserie de Netflix que aborda con humor negro el lado oscuro de la salud mental
Santiago Díaz Benavides
Desde 'Forrest Gump' hasta 'Interestelar', pasando por 'Guerra Mundial Z' y 'Naruto', puedo pasar horas hablando sobre mis producciones favoritas. Si me preguntas qué es lo que más me gusta del cine te diré que es mucho mejor que la vida.

Una adaptación alemana que convierte el mindfulness en un arte criminal inesperado.

Netflix

En el catálogo de Netflix se esconden series que pasan de largo entre las recomendaciones y, aun así, merecen una segunda mirada. Mindfulness para asesinos es una de ellas: una comedia negra alemana basada en la novela Achtsam Morden, de Karsten Dusse, que propone una idea tan absurda como efectiva. ¿Qué pasa cuando un abogado sometido al estrés, la presión familiar y los caprichos de la mafia decide aplicar técnicas de atención plena para reorganizar su vida? La respuesta, por inesperada que parezca, es una mezcla de sátira, crimen y reflexiones de autoayuda retorcidas.

El protagonista es Björn, interpretado por Tom Schilling, un abogado que trabaja para un jefe criminal y que, por recomendación de su terapeuta, empieza a asistir a clases de mindfulness. La serie utiliza estas sesiones como un punto de quiebre: Björn descubre que respirar profundo, identificar sus emociones y “poner límites sanos” puede servir también para resolver los problemas más turbios de su vida. Entre ellos, claro, deshacerse de ciertos obstáculos humanos que le complican el día a día. Lo curioso es que esta transformación no viene de una epifanía moral, sino de una reinterpretación muy libre de los principios del bienestar emocional.

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La familia, el trabajo y la mafia se entrecruzan en episodios cortos —entre 30 y 38 minutos— que mantienen el ritmo ligero, casi como pequeñas cápsulas de caos zen. Björn intenta ser un mejor padre y un mejor profesional, pero lo hace desde una lógica que desarma al espectador: si el mindfulness invita a vivir en el presente, él lo aplica con tal convicción que termina convirtiendo cada crimen en un ejercicio de orden interno. La premisa funciona porque Schilling sostiene el tono: es preciso, irónico y transmite esa mezcla incómoda entre vulnerabilidad y frialdad calculada.

En comparación con otras ficciones del género, la serie no apuesta por la espectacularidad ni por grandes conspiraciones. Su fortaleza está en la observación cotidiana: el tráfico, las discusiones de pareja, las reuniones laborales, todo aquello que desgasta, aquí se convierte en el detonante de decisiones extremas. Ese contraste entre lo mundano y lo criminal recuerda, en algunos momentos, la estructura de Dexter, aunque con una vibra más ligera y un humor más europeo. Algunos espectadores la han descrito como “adictiva”, especialmente por la manera en que las lecciones de mindfulness se incorporan a situaciones moralmente cuestionables.

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Mindfulness para asesinos no pretende ofrecer respuestas profundas sobre el bienestar emocional, pero sí deja ver cómo una herramienta pensada para encontrar equilibrio puede deformarse cuando se usa como brújula para sobrevivir al caos. Es justo en esa ironía donde encuentra su identidad: no es una sátira cruel ni una comedia absurda, sino un retrato peculiar de cómo la vida cotidiana puede empujar a alguien al borde… y después invitarlo a respirar.

Una opción distinta dentro del catálogo de Netflix, ideal para quienes buscan humor negro sin entregarse por completo al drama criminal.

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