El adiós ya comenzó. My Hero Academia ha estrenado el primer episodio de su octava y última temporada, y lo ha hecho con el corazón en la mano. Lo que podría haberse esperado como una introducción pausada se convierte desde los primeros minutos en una descarga de acción pura, con batallas que rozan el dramatismo y un aire de final que se percibe en cada plano. Deku y Shigaraki retoman su duelo, mientras All Might vuelve a enfrentarse a su sombra más temida: All for One. La intensidad es tal que el espectador entiende, sin necesidad de palabras, que estamos ante el principio del fin.
El episodio arranca con una animación impecable —una constante en la obra de Kōhei Horikoshi y el estudio Bones—, pero esta vez con un matiz más sombrío. La guerra entre héroes y villanos llega a un punto de no retorno. La cámara se detiene en los gestos, en los silencios, en las miradas que presagian despedidas. All Might, aquel símbolo de la paz que alguna vez representó la esperanza absoluta, regresa a la acción pese a su fragilidad, armado con un traje especial que le permite resistir un poco más. Sin embargo, el mensaje es claro: su tiempo se acaba, y el episodio no teme recordarlo con una mezcla de orgullo y tristeza.
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La narrativa se mueve entre el frenesí del combate y breves destellos del pasado. Con ellos, la serie profundiza en el origen del héroe, en su fe inquebrantable y en la pesada carga de un legado que pronto deberá dejar atrás. Cada golpe, cada destello de poder y cada decisión se sienten definitivos. No hay espacio para la comedia ligera ni para los momentos de respiro: la temporada final ha comenzado como una despedida que duele, pero que también honra lo que My Hero Academia siempre ha sido: una historia sobre la perseverancia, la amistad y el sacrificio.
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Uno de los aciertos del episodio es mostrar también cómo los héroes jóvenes continúan su propia evolución. Entre ellos destaca Yūga Aoyama, quien, tras liberarse de la manipulación de All for One, encara un nuevo destino. Considerado un traidor por muchos, pero acogido por sus compañeros de la Academia U.A., el joven demuestra en este episodio que su redención no es solo un arco narrativo, sino una muestra genuina de heroísmo. Frente a los villanos, Aoyama se mantiene firme, dispuesto incluso a entregar su vida si con ello puede compensar sus errores del pasado. Su transformación es una de las más conmovedoras del anime: el miedo ha dado paso al coraje, y su espíritu de héroe arde más fuerte que nunca.
Los fanáticos, que esperaban con ansias este cierre, hemos recibido el estreno con entusiasmo y emoción contenida. En redes sociales abundan los mensajes que celebran la calidad visual y la fuerza narrativa del episodio, pero también las advertencias de que esta temporada “va a romper corazones”. La producción, sin embargo, no ha estado exenta de contratiempos: Crunchyroll experimentó retrasos y fallos en los subtítulos durante las primeras horas del estreno, lo que generó cierta frustración entre los usuarios. Pese a ello, el impacto del regreso fue inmediato.
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Más allá del ruido técnico, el episodio logra lo que debía: establecer el tono del final. Este primer capítulo no sólo reactiva la tensión entre Deku y Shigaraki, sino que también deja entrever el papel decisivo que All Might jugará en el desenlace, incluso cuando su cuerpo ya no le responde como antes. Es una oda a los héroes que saben cuándo retirarse, pero también cuándo entregar hasta la última chispa de su poder.
En poco más de veinte minutos, My Hero Academia demuestra que no se despedirá sin antes hacernos llorar. La serie se aproxima a su conclusión con la madurez de quien ha crecido junto a su audiencia, explorando no solo el heroísmo sino la pérdida, la redención y el precio de proteger a los demás. Si este primer episodio es el preludio de lo que viene, los fans deberemos prepararnos: las lágrimas serán inevitables, y el adiós, inolvidable.