El cine colombiano no es ajeno a los fantasmas de la historia reciente. Cada cierto tiempo, una producción decide mirar de frente a episodios que marcaron al país con fuego y dolor. Es el caso de Noviembre, ópera prima de Tomás Corredor, que se estrena en 44 salas de 19 ciudades justo en octubre, a pocas semanas de cumplirse cuatro décadas de la toma y retoma del Palacio de Justicia. La coincidencia no es menor: la película llega como una invitación a la memoria y, sobre todo, a la reflexión.
Noviembre propone una experiencia claustrofóbica de inicio a fin: durante 27 horas, magistrados, funcionarios del Palacio y guerrilleros quedan atrapados en un baño, mientras afuera las balas y las explosiones anuncian la inminente catástrofe. Con esa premisa, la película tenía todos los elementos para convertirse en un retrato íntimo de quienes, atrapados entre dos fuegos, fueron reducidos a cifras, nombres en listas y notas al pie de página en los libros de historia. El guion, sin embargo, opta por un camino más convencional, cercano a la dramatización de un documental más que a una ficción dispuesta a explorar las contradicciones y complejidades humanas de sus personajes.
TOC Talk
El reparto es, quizá, uno de los puntos más atractivos: Natalia Reyes, Santiago Alarcón, Aida Morales, Rafael Zea, Juana Arboleda y Susana Morales, entre otros, conforman un grupo diverso que encarna a los distintos actores de la tragedia. Sin embargo, lo que podría haber sido una oportunidad para construir personajes entrañables y contradictorios, termina quedándose en nombres que aparecen y desaparecen en escena sin mayor desarrollo. Se escuchan cargos, se mencionan responsabilidades, se siente la angustia, pero cuesta conectar de manera real con quienes están en pantalla.
A nivel técnico, la película oscila entre aciertos y tropiezos. La cámara, por momentos, parece no saber sobre qué quiere enfocar: unas manos que sostienen fotografías, las fotografías mismas o el miedo grabado en un rostro. Esa indecisión narrativa se traslada al espectador, que observa, pero rara vez se sumerge en la experiencia. El diseño sonoro, crucial en un encierro donde la tensión depende tanto de lo que se escucha como de lo que no, pierde fuerza al recurrir casi siempre a gritos y disparos. Los diálogos, en ocasiones inaudibles, debilitan aún más la posibilidad de entrar en la intimidad del encierro.
TOC Talk
Corredor, junto con su coguionista Jorge Goldenberg, toma la decisión de mostrar la toma del Palacio sin artificios ni adornos excesivos. Esa sobriedad, que en teoría podría funcionar como una apuesta ética frente al dolor histórico, se convierte también en una limitación: la película parece más preocupada por no traicionar la memoria oficial que por arriesgarse a imaginar la dimensión humana de la tragedia. El resultado es una puesta en escena que, aunque honesta, deja la sensación de haber visto un thriller intenso pero carente de revelaciones.
Lo más inquietante de Noviembre no está en lo que cuenta, sino en lo que omite. El espectador se pregunta cómo habría sido la experiencia si se nos hubiera permitido entrar en la mente de los personajes, escuchar sus pensamientos más desesperados o sus contradicciones más incómodas. La película toca la superficie de esa angustia, pero no se sumerge en ella.
TOC Talk
Pese a estas limitaciones, Noviembre abre una puerta valiosa: la de recordar y volver a hablar de un episodio que sigue siendo una herida abierta. El cine, en este caso, se convierte en un espacio de evocación colectiva, aunque la obra no logre dar un paso más allá. Queda, entonces, la pregunta inevitable: ¿hasta qué punto el cine colombiano está dispuesto a incomodar con la memoria y no solo a reproducirla?
Noviembre no ofrece respuestas definitivas, pero su mera existencia confirma que la historia reciente sigue reclamando ser contada. Y eso, aunque insuficiente, ya es un gesto poderoso.