Cuando se habla de la obra de Stephen King en el cine, no todas las adaptaciones han corrido con la misma suerte. Mientras algunas —como It o El resplandor— se han convertido en clásicos cinematográficos, otras pasaron desapercibidas o quedaron como meras curiosidades para los fanáticos. En 2025, el turno es para Camina o muere (The Long Walk), una de sus novelas más sombrías y, a la vez, menos conocidas por el gran público, publicada originalmente en 1979 bajo el nombre de Richard Bachman. El desafío de trasladar su crudeza al cine recayó en Francis Lawrence, director de Los juegos del hambre, lo que elevó la expectativa desde el inicio.
La historia es simple en apariencia, pero devastadora en su desarrollo: cien jóvenes son seleccionados para participar en una marcha mortal organizada por un régimen autoritario. La regla es clara: deben caminar sin detenerse; quien se rinda o incumpla las normas, recibe la “advertencia final”. Solo uno sobrevivirá. Este planteamiento minimalista, que en la novela funciona como un experimento psicológico, exigía una traducción cinematográfica que transmitiera tensión y agotamiento sin perder el interés del espectador.
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La crítica coincide en que la película es brutal, fiel en espíritu y, sobre todo, inmisericorde. Lawrence adopta un estilo visual austero: la cámara acompaña a los personajes kilómetro tras kilómetro, reforzando la sensación de monotonía y desgaste físico. Algunos reseñistas destacan que esta elección puede resultar agotadora para el público, pero reconocen que es precisamente esa incomodidad lo que permite replicar la experiencia del libro. La narrativa no busca entretener en un sentido convencional, sino confrontar al espectador con la inevitabilidad de la muerte.
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Las actuaciones se han llevado gran parte de los elogios. Cooper Hoffman, en el rol de Ray Garraty, ofrece un retrato contenido pero conmovedor de un joven que carga con dudas y miedos en medio del horror. David Jonsson y Charlie Plummer complementan la tensión dramática con personajes que oscilan entre la vulnerabilidad y la violencia. La química entre ellos aporta humanidad a una historia que, de otro modo, podría reducirse a una metáfora sin carne ni hueso.
No todo ha sido celebrado. Algunos críticos sostienen que el guion sacrifica parte de la introspección del libro para privilegiar escenas impactantes. Además, el desenlace ha sido modificado con respecto al texto original, lo que ha dividido a los seguidores más fieles de King. Para algunos, el cambio aporta un cierre más cinematográfico; para otros, diluye la ambigüedad filosófica que hacía de la novela un texto perturbador.
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Más allá de las diferencias, lo cierto es que Camina o muere no ha dejado indiferente a nadie. La película logra instalarse en un lugar poco común dentro de las adaptaciones de King: no busca ser un espectáculo de terror sobrenatural, sino una parábola sobre la obediencia, el sacrificio y la alienación. En tiempos en los que el cine comercial apuesta por franquicias luminosas o fantasías de evasión, esta producción se atreve a incomodar.
¿Es tan buena como prometía? Quizás la respuesta dependa menos de su fidelidad al libro y más de la disposición del espectador a aceptar una experiencia cinematográfica dura y opresiva. Lo que parece claro es que Camina o muere se suma a la lista de adaptaciones de King que invitan a debatir, y no solo a consumir pasivamente. En ese sentido, ya ha logrado su cometido.