Cuando se anunció que los creadores de La casa de papel regresarían a Netflix con una nueva historia, la expectativa fue inmediata. El recuerdo del Profesor, Tokio, Río y compañía, sigue muy vivo en la memoria colectiva, y la promesa de un nuevo relato cargado de tensión moral y giros inesperados parecía suficiente para captar a millones de suscriptores. Esa promesa se llama El refugio atómico, una serie que combina crítica social, humor negro y un escenario de ciencia ficción más cercano de lo que parece.
La trama sitúa a un grupo de millonarios en un lujoso búnker diseñado para resistir una catástrofe nuclear. Lo que suena como un refugio de supervivencia termina convertido en una especie de microcosmos de poder, rivalidades y secretos familiares. Dos clanes enfrentados por un trauma del pasado son el motor de las tensiones, mientras un sistema de inteligencia artificial llamado Roxanne supervisa cada movimiento de los huéspedes. La idea, nacida durante la pandemia, es una metáfora incómoda sobre el aislamiento, la riqueza desmedida y la dependencia tecnológica.
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El elenco combina rostros conocidos y apuestas nuevas: Miren Ibarguren asume un papel central en la organización del refugio, acompañada por Natalia Verbeke, Carlos Santos y el argentino Joaquín Furriel. En paralelo, los debutantes Pau Simon y Alicia Falcó intentan aportar frescura a un reparto que, como en La casa de papel, juega a convertir a completos desconocidos en figuras reconocibles. En ese equilibrio entre experiencia y descubrimiento reside uno de los grandes atractivos de la serie.
Ahora bien, ¿funciona? En sus primeros días, El refugio atómico logró escalar posiciones en el top global de Netflix, pero rápidamente fue opacada por Black Rabbit, una producción estadounidense con Jude Law y Jason Bateman que arrasó en más de 30 países. A nivel crítico, las valoraciones han sido dispares: mientras algunos celebran la ironía y el atrevimiento del guion, otros señalan un ritmo irregular y personajes menos magnéticos de lo esperado. Los números lo confirman: su puntuación en plataformas como IMDb y Rotten Tomatoes está lejos de la que alguna vez alcanzó La casa de papel.
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El desenlace de su primera temporada deja espacio abierto a una continuación, y Pina ya ha adelantado que planea un tono “más cruel y provocador” en una eventual segunda parte. Sin embargo, el futuro de la serie dependerá menos de las intenciones de sus creadores y más de la confianza que Netflix quiera depositar en una producción costosa y, hasta ahora, con recepción mixta.
Así pues, El refugio atómico no es un fracaso ni mucho menos, pero tampoco el fenómeno arrollador que muchos anticipaban. Es una serie ambiciosa, con ideas potentes y una puesta en escena llamativa, aunque todavía está lejos de repetir el hito cultural que convirtió a La casa de papel en un icono mundial.