Cuando Bojack Horseman llegó a Netflix en 2014, muchos pensaron que se trataba de una simple comedia animada para adultos, con animales antropomórficos y un protagonista irreverente que prometía risas fáciles. Pero lo que a primera vista parecía un show ligero pronto reveló ser una de las narraciones más crudas y complejas sobre la vida adulta, la fama, la depresión y las contradicciones de la existencia en el siglo XXI.
La serie, creada por Raphael Bob-Waksberg, sigue la vida de BoJack, un caballo que fue estrella de una sitcom en los años noventa y que, décadas después, se encuentra en plena decadencia. Entre intentos de recuperar su carrera en Hollywood y relaciones personales fallidas, BoJack se enfrenta a un espejo brutal: el de su vacío existencial y su incapacidad de ser feliz, incluso cuando todo parece estar a su alcance.
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Lo que diferencia a Bojack Horseman de otras series del género es su capacidad de combinar el humor más ácido con la reflexión más dolorosa. Episodios enteros están construidos como sátiras al mundo del espectáculo, la industria televisiva o el culto a las celebridades, pero en medio de las bromas surgen monólogos y escenas que golpean con fuerza al espectador. Allí donde parece que habrá un gag, aparece una verdad incómoda sobre la soledad, la adicción, la culpa o la necesidad de redención.
Los personajes secundarios enriquecen la historia y amplían sus capas emocionales: Diane Nguyen, escritora que intenta encontrar sentido en un mundo superficial; Princess Carolyn, la agente de BoJack que lidia con el agotamiento de sostenerlo todo; Todd Chavez, un alma caótica y entrañable que ofrece momentos de ternura inesperada; y Mr. Peanutbutter, un perro actor siempre optimista que encarna, en contraste con BoJack, el espejismo de la felicidad permanente.
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La crítica recibió la serie con entusiasmo, y hoy se la considera una de las mejores producciones originales de Netflix. Su final, en 2020, dejó a los fanáticos con la sensación de haber presenciado algo más que una historia animada: un retrato de la vulnerabilidad humana disfrazado de comedia.
En tiempos en que el streaming abunda en ficciones que buscan entretener sin mayor profundidad, Bojack Horseman se mantiene como una obra que invita a pensar en la adultez sin adornos, mostrando que a veces el mayor golpe emocional llega disfrazado de risa.