Un viaje en avión que se convirtió en una pesadilla: El thriller que unió a Rachel McAdams y Cillian Murphy y casi nadie recuerda
Santiago Díaz Benavides
Casi nadie conoce mi primer nombre, pero todos saben que tengo un homónimo español que escribe thriller. Me obsesionan las películas sobre el fin del mundo y tengo una particular debilidad por el cine de M. Night Shyamalan.

En 2005, dos de los actores más carismáticos de su generación coincidieron en una película de suspenso que, sin grandes efectos ni terror sobrenatural, mantuvo a los espectadores al borde del asiento.

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Hay películas que se convierten en clásicos instantáneos y otras que, pese a su calidad y a las figuras que participan, quedan relegadas a un rincón de la memoria colectiva. Ese es el caso de Vuelo nocturno (Red Eye), un thriller dirigido por Wes Craven que en 2005 reunió por primera y única vez a Rachel McAdams y Cillian Murphy.

El punto de partida parece inofensivo: un vuelo nocturno de Miami a Dallas, dos pasajeros que intercambian palabras amables antes del despegue, y una joven ejecutiva que solo quiere llegar a su destino. Pero pronto, lo que comienza como una conversación casual se convierte en un juego psicológico mortal. El personaje de Murphy, Jackson Rippner, revela sus verdaderas intenciones: chantajear a Lisa Reisert, interpretada por McAdams, para que colabore en un plan que pondrá en riesgo la vida de un alto funcionario.

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La propuesta de Craven fue clara: dejar a un lado los elementos sobrenaturales que lo hicieron famoso en Pesadilla en Elm Street o Scream, y apostar por un suspenso puramente humano, basado en el poder de la actuación, el manejo del espacio y la tensión narrativa. Con una duración de apenas 85 minutos, Vuelo nocturno aprovecha cada segundo para escalar la tensión, convirtiendo el reducido interior de un avión en un escenario sofocante.

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En aquel momento, Rachel McAdams vivía un ascenso meteórico: venía del fenómeno adolescente Mean Girls (2004) y del romance The Notebook (2004). Aquí, mostró un registro más físico y resiliente, en un papel que exigía tanto vulnerabilidad como determinación. Cillian Murphy, por su parte, venía de impresionar como el espantapájaros en Batman Begins y aprovechó la oportunidad para construir un villano elegante y perturbador, capaz de alternar encanto y amenaza con apenas un cambio de mirada.

El rodaje se desarrolló mayoritariamente en un set construido para simular el fuselaje de un avión, montado sobre una plataforma hidráulica para recrear despegues, aterrizajes y turbulencias. Esta decisión técnica no solo dio realismo a las escenas, sino que obligó a los actores a trabajar con una proximidad física que potenciaba la tensión.

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Pese a las buenas críticas y a su éxito moderado en taquilla, Vuelo nocturno no se convirtió en un referente masivo, quizá porque se estrenó en un año dominado por superproducciones y franquicias de alto presupuesto. Sin embargo, quienes la redescubren hoy destacan su ritmo sin concesiones, la química entre sus protagonistas y la capacidad de Craven para demostrar que el miedo no siempre necesita monstruos: a veces, basta un hombre con un plan y una pasajera atrapada a su lado.

Casi dos décadas después, Vuelo nocturno se erige como un recordatorio de que el buen suspenso se construye con personajes sólidos, diálogos afilados y un escenario que se convierte en una prisión invisible. Un viaje en avión que prometía ser rutinario se transformó en una pesadilla cinematográfica que, para quienes la han visto, sigue siendo imposible de olvidar.

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