Así es la Bogotá que se retrata en Delirio, la serie de moda en Netflix Colombia
Santiago Díaz Benavides
Desde 'Forrest Gump' hasta 'Interestelar', pasando por 'Guerra Mundial Z' y 'Naruto', puedo pasar horas hablando sobre mis producciones favoritas. Si me preguntas qué es lo que más me gusta del cine te diré que es mucho mejor que la vida.

La adaptación de la novela de Laura Restrepo ha capturado la atención de miles de espectadores en el país. En ella, una ciudad fragmentada, opresiva y nostálgica se convierte en protagonista silenciosa de la historia.

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La serie Delirio, basada en la aclamada novela homónima de Laura Restrepo, se ha convertido en uno de los grandes éxitos recientes de Netflix Colombia, despertando no solo interés por su compleja trama psicológica y emocional, sino también por la forma en que representa a Bogotá. Ambientada en los años ochenta, la capital colombiana no es solo el escenario donde transcurren los hechos: es un personaje más, cargado de historia, tensión social y simbolismo.

La historia sigue a Agustina Londoño (Estefanía Piñeres), una mujer de clase alta que sufre un colapso mental sin explicación aparente, y a su esposo, Fernando Aguilar (Juan Pablo Raba), un profesor universitario que regresa del extranjero solo para descubrir que su mundo, y el de ella, se ha resquebrajado. El telón de fondo de esta intriga familiar y psicológica es una ciudad igualmente fracturada, en la que el orden social está al borde del colapso.

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La Bogotá que se ve en Delirio es la de los años más turbulentos del país, cuando el narcotráfico, la represión estatal, las desapariciones forzadas y la rigidez moral de las clases altas moldeaban la vida cotidiana. Los creadores de la serie, Verónica Triana y Andrés Burgos, optaron por una estética sombría, con tonos fríos y locaciones reales cuidadosamente seleccionadas que permiten al espectador sumergirse en una atmósfera cargada de ansiedad.

Desde los barrios tradicionales del norte hasta los hoteles y moteles decadentes del centro, cada espacio urbano está impregnado de significados. El claustro familiar, con su rigidez de normas no escritas, convive con una ciudad exterior que hierve de tensiones políticas y económicas. La ciudad, como Agustina, también parece al borde de un brote psicótico: es fragmentaria, contradictoria, imposible de abarcar.

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Uno de los grandes logros de la serie está en cómo utiliza los espacios para reflejar los estados mentales de sus personajes. La casa familiar se presenta como un lugar hermético, congelado en el tiempo, lleno de secretos no dichos. En contraste, los exteriores están dominados por el ruido, el caos y el peligro latente. En este sentido, Bogotá no es solo escenario: es símbolo del trauma, del encierro emocional y de la represión de una época.

La autora del libro, Laura Restrepo, ha elogiado la adaptación por su fidelidad al espíritu de la novela. Aunque admite que hay cambios inevitables en la traslación de la obra al lenguaje audiovisual, destaca que la serie logra capturar la esencia emocional y política del relato. “La ciudad está ahí, como un monstruo que respira detrás de cada escena”, declaró en una reciente entrevista.

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La Bogotá de Delirio es entonces un espejo distorsionado y crudo de la realidad de una época, pero también una construcción estética y narrativa que potencia el drama de los personajes. Es una ciudad que guarda memorias dolorosas, secretos familiares y heridas que se niegan a cerrar. En un país donde muchas veces se ha romantizado la violencia o la historia reciente, Delirio apuesta por mostrar una Bogotá real, incómoda y profundamente simbólica.

Con este enfoque, la serie no solo rinde homenaje a la complejidad de la novela original, sino que también ofrece una mirada introspectiva sobre cómo la ciudad moldea, y a veces distorsiona, la vida de quienes la habitan. Quizá por eso, más allá del drama familiar y del misterio psicológico, Delirio resuena tanto entre los espectadores: porque en esa Bogotá, muchos aún pueden reconocerse.

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