
Netflix ha lanzado este 30 de abril una de sus apuestas más esperadas del año: El eternauta, la adaptación audiovisual de la historieta argentina más emblemática del siglo XX. Escrita originalmente por Héctor Germán Oesterheld y dibujada por Francisco Solano López en 1957, la obra regresa ahora como una serie de ciencia ficción que no solo rinde homenaje al legado cultural argentino, sino que también interpela a la audiencia global con una historia tan humana como apocalíptica.

Dirigida por Bruno Stagnaro (Okupas), la serie se inscribe dentro de una tradición poco frecuente en la televisión latinoamericana: la del gran relato épico de supervivencia. Desde su primer episodio, El eternauta nos lanza sin miramientos a una Buenos Aires congelada por una nevada letal que no es un fenómeno natural, sino el primer indicio de una invasión alienígena cuidadosamente orquestada. En medio de ese paisaje desolador emerge Juan Salvo, interpretado con intensidad por Ricardo Darín, como el protagonista de una lucha colectiva marcada por la incertidumbre, el miedo y la esperanza.
Lo que hace única a esta adaptación no es solo su ambición técnica —que incluye tecnología de producción virtual de última generación y más de 35 locaciones filmadas en Buenos Aires— sino su profundo respeto por la historia original y su contexto. No es casualidad que Martín Oesterheld, nieto del autor, haya participado como asesor creativo del proyecto. La serie conserva el espíritu político del cómic, que en su momento funcionó como una crítica velada a los autoritarismos, y lo actualiza sin caer en la literalidad ni en el panfleto.

Los ocho capítulos de la temporada proponen un viaje emocional que alterna entre lo íntimo y lo épico. La atmósfera opresiva, los silencios en los diálogos, el diseño de producción y la fotografía nocturna contribuyen a construir una sensación constante de peligro y resistencia. En ese marco, el guion evita los lugares comunes del género y prioriza los vínculos humanos: el grupo de sobrevivientes que acompaña a Salvo, su familia, los vecinos, todos se convierten en piezas de una maquinaria de supervivencia en la que nadie está a salvo, pero tampoco está solo.
El eternauta llega en un momento histórico donde las narrativas sobre el colapso, la comunidad y la resiliencia han adquirido una nueva vigencia. Después de una pandemia global, crisis económicas y conflictos sociales, ver a un grupo de personas enfrentando lo imposible con organización y solidaridad no solo es entretenido: es catártico. La serie no nos ofrece héroes individuales que salvan el día, sino cuerpos colectivos que resisten con dignidad.

Netflix ha logrado lo impensado: adaptar una obra de culto que parecía inadaptable, manteniendo su esencia y proyectándola al mundo. El eternauta no es solo una serie bien hecha, es un fenómeno cultural que merecía este momento. Y, para quienes ya la vieron, es difícil no desear una segunda temporada que continúe lo que se perfila como una de las mejores series latinoamericanas de la plataforma.
Porque a veces lo que más necesitamos no es escapar de la realidad, sino encontrar en la ficción una forma de entenderla.