Un vínculo escondido entre dos mundos que, en apariencia, jamás deberían tocarse.
Hay conexiones en la cultura pop que se sienten evidentes cuando alguien las señala, como si hubieran estado ahí desde siempre, agazapadas en un rincón de la memoria colectiva. Stranger Things hizo de esos guiños un lenguaje propio: no se limita a homenajear los años 80, sino que arma un rompecabezas afectivo donde cada referencia vibra con una intención precisa. Pero entre todos los tributos que la serie ha sembrado —los explícitos, los sutiles y los que solo ven los verdaderos devotos— hay uno que une a Hawkins con Arnold Schwarzenegger de una manera tan inesperada como irresistible.
Aunque muchos fans identifican de inmediato las referencias a Terminator en la tercera temporada —ese Grigori soviético con el aura implacable del T-800—, el vínculo que realmente conecta a la serie con Schwarzenegger está en Depredador, la cinta de 1987 donde el actor austríaco se enfrentó al extraterrestre más letal de la jungla cinematográfica. Y es curioso: no se trata de una imitación directa ni de un monstruo calcado, aunque la manera en que el Demogorgon caza y exhibe a sus víctimas sí recuerda, en espíritu, la ferocidad del cazador intergaláctico. La relación va por otro lado, más escondido, casi íntimo.
Dos personajes de Depredador sirvieron de base para nombres esenciales dentro del universo de Stranger Things: Hopper y Hawkins. En la película, Jim Hopper es un militar cuyo destino conocemos apenas en los restos que Dutch —personaje de Schwarzenegger— encuentra después de una emboscada brutal. En la serie, Jim Hopper resucita en forma de sheriff gruñón pero entrañable, interpretado por David Harbour. No es un guiño menor: es una forma de reescribir un personaje apenas esbozado, de darle la vida que la película no quiso mostrar.
El otro homenaje está todavía más cerca del corazón de Stranger Things: Hawkins. El nombre del pueblo ficticio donde todo se descontrola proviene del personaje interpretado por Shane Black en Depredador. Es un reconocimiento discreto, casi secreto, como si los Duffer hubieran querido dejar una huella para los que miran dos veces, para los que no se quedan con la superficie de las cosas.
Estos préstamos no son meros chistes internos: son parte del mecanismo emocional que hizo que la serie conectara con dos generaciones a la vez. Los niños se enamoraron de la aventura y del misterio; los adultos encontraron en esos guiños un puente directo a sus propias obsesiones ochenteras. Stranger Things funciona como ese álbum que nos enseñaban de pequeños, y que al abrirlo años después descubríamos lleno de detalles que antes no sabíamos leer.
Mientras tanto, el futuro de la serie —al menos el cronograma de su futuro— sigue en pausa. Tras el final aclamado de la cuarta temporada, la quinta y última entrega acaba de estrenar su primera parte, logrando números envidiables de visualización. Los hermanos Duffer continúan haciendo de las suyas, buscando honrar ese delicado equilibrio entre nostalgia y reinvención.
Y quizá esa sea la clave de todo esto: Stranger Things nunca fue solo un homenaje a los años 80. Fue una conversación con la época. Y que Depredador —esa pieza musculosa, salvaje e icónica— haya dejado su huella en Hawkins recuerda que la serie siempre entendió el poder de mirar hacia atrás… para construir algo nuevo.