'My Hero Academia': El destino trágico de este personaje nos hizo llorar a todos al final del anime más popular de superhéroes
Si la vida hubiese querido otro destino para mí y me hubiese dado la opción de escoger, seguramente sería mangaka o futbolista, pero ni dibujo bien ni coordino tres pases, así que mejor me quedo escribiendo sobre libros y películas.

El reencuentro de los Todoroki con su hijo perdido deja al descubierto una herida que ni la victoria puede cerrar.

Después del estruendo de la batalla definitiva contra All For One y la caída de Shigaraki, My Hero Academia adopta un tono inesperado: el silencio. Ese silencio espeso que queda cuando la guerra se detiene y solo queda hacerle frente a lo irreparable. En el episodio más reciente de la temporada final, ese silencio nos conduce a uno de los momentos más devastadores del anime: la visita de la familia Todoroki a Dabi, herido, confinado, y más frágil —más humano— que nunca.

Dabi, o Toya Todoroki, no está muerto. Pero su cuerpo es una ruina calcinada, sostenida por respiraciones inestables y por la culpa de un pasado que lo moldeó y lo destruyó al mismo tiempo. La visita de su familia no es un acto heroico: es un acto de desnudez emocional. Todos entran a esa habitación cargando la misma pregunta: ¿qué queda por decirle al hijo que se convirtió en un monstruo… después de que el monstruo fue derrotado?

La escena es claustrofóbica, íntima. Dabi, en una mezcla de lucidez y agotamiento, habla con Endeavor y con Shoto. No hay gritos. No hay violencia. Tampoco hay perdón. Solo un joven destrozado enfrentando a quienes lo amaron mal, demasiado tarde. Y en medio de ese diálogo quebrado surge un detalle imposible de olvidar: Dabi revela que su comida favorita era —y sigue siendo— el soba, la misma que Shoto. Un gesto mínimo, casi tierno, que atraviesa la pantalla como un recordatorio brutal: antes de Dabi, hubo un niño llamado Toya.

Ese pequeño puente emocional no cambia nada… y lo cambia todo. No salva a la familia, no borra el sufrimiento, pero insinúa que aún queda algo humano dentro de las cenizas. Algo que ni el fuego más rabioso consiguió consumir.

Endeavor pide perdón, con la voz rota de quien sabe que sus errores están escritos a fuego en la piel de su hijo. Shoto escucha, dolido, entendiendo que la victoria tiene un precio que no esperaba pagar: su hermano está vivo, pero ya no puede volver de donde cayó. Y la familia —con las manos temblorosas— promete seguir visitándolo, aunque sea solo para escuchar su rechazo, su odio residual, su dolor. No buscan redención fácil: buscan presencia.

Con este episodio, My Hero Academia demuestra que su final no será un desfile de coronas heroicas, sino un cierre que se atreve a mirar la tragedia a los ojos. La historia de Dabi nunca aspiró a ser una historia de reparación completa. Es, más bien, el retrato de un joven que ardió por fuera y por dentro, y cuya última llama —esa confesión sobre el soba, ese parpadeo de humanidad— nos recuerda que incluso los villanos más terribles nacieron siendo alguien.

Y que algunas heridas no se cierran. Solo se acompañan.

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