Antes del Eleven, el Demogorgon y el Upside Down, hubo un experimento oscuro del que pocos quieren hablar… pero cuya sombra sigue rondando a la serie.
En estos días de euforia por el estreno del Volumen 1 de la temporada final de Stranger Things, vale la pena volver a una verdad incómoda que muchos fans nuevos han olvidado: la serie no nació solo de la imaginación de los hermanos Duffer, sino también de uno de los casos más inquietantes del folclor conspirativo estadounidense: el llamado Proyecto Montauk.
Detrás de esta producción que mezcló amistad, terror, nostalgia y fantasía ochentera, late una pregunta que nunca ha dejado de inquietar al público: ¿y si algo de esto fue real? No los monstruos, no los poderes telequinéticos, pero sí las bases, los experimentos, la explotación de niños… y una historia que la cultura popular lleva décadas rumoreando.
El Proyecto Montauk es parte de un conjunto de teorías que aseguran que, durante los años 70 y 80, el gobierno de EE. UU. llevó a cabo experimentos secretos en la Base Aérea de Montauk, en Nueva York. Según estos testimonios —que nunca han sido confirmados oficialmente, pero tampoco completamente silenciados— allí se habría trabajado en manipulación mental, control psicológico, guerra psíquica, creación de superhumanos y hasta viajes interdimensionales. Una mezcla inquietante entre ciencia, paranoia y trauma nacional.
Lo perturbador es que la columna vertebral del guion de Stranger Things se alinea con esa narrativa: un niño secuestrado por un experimento, puertas a otra dimensión, un laboratorio clandestino que esconde horrores detrás de paredes burocráticas, y una niña criada para ser un arma. Eleven no es solo un personaje poderoso; es el eco ficcional de aquellos relatos que hablan de menores sometidos a pruebas de control mental bajo el paraguas del MK-Ultra y Montauk.
En entrevistas tempranas, los Duffer reconocieron que su proyecto original se llamaba precisamente “Montauk”, y que la serie iba a estar ambientada en Long Island, no en Hawkins. ¿El motivo del cambio? La producción habría sido inviable logísticamente… pero la esencia quedó intacta. Lo que vemos en pantalla —los flashes de memoria de Eleven, el miedo en los pasillos del laboratorio, la crueldad de Brenner, los niños numerados— proviene directamente de ese caldo de cultivo conspirativo.
Hoy, mientras la quinta temporada vuelve a abrir la conversación sobre quiénes somos cuando el poder se ejerce sobre los más vulnerables, recordar el origen montaukiano de la serie es más que un dato curioso: es un recordatorio de por qué Stranger Things funciona. No solo por sus monstruos bien diseñados, sino porque se atreve a ponerle rostro humano a un miedo histórico: el de un Estado capaz de moldear mentes jóvenes sin pedir permiso.
Hawkins es ficción. Pero la idea que la sostiene nació de un mito oscuro. Uno que, como el Upside Down, nunca termina de cerrarse del todo.