Un mundo devastado por máquinas rebeldes sirve de telón de fondo para una historia íntima que nació del recuerdo más doloroso de su creador.
Netflix tiene muchas películas sobre inteligencia artificial, pero pocas logran escapar de la frialdad tecnológica para contar algo humano. Madre/Androide, dirigida por Mattson Tomlin y protagonizada por Chloë Grace Moretz, es una de esas excepciones raras: una cinta que usa la distopía como escenografía, pero cuyo músculo emocional late en un lugar mucho más profundo. Detrás de la rebelión de los androides, hay una historia íntima que el propio director arrastra desde su nacimiento.
La premisa, en apariencia, es cercana a los clásicos del apocalipsis: los androides domésticos, creados para facilitar la vida humana, se levantan sin aviso y desencadenan una masacre que arrasa con casi toda la civilización. En ese paisaje devastado seguimos a Georgia, una joven embarazada que viaja con Sam, el padre de su hijo, intentando cruzar un país en ruinas para llegar a Corea, uno de los pocos territorios donde la humanidad aún resiste. Es una carrera contra el reloj, pero también contra el miedo y la pérdida.
Aquí no se trata de la tecnología ni de las batallas entre humanos y máquinas; se trata de la vulnerabilidad radical de una madre que intenta proteger una vida nueva mientras el mundo se desmorona. Tomlin opta por una puesta en escena más contenida, casi íntima, donde los silencios pesan tanto como los estallidos de violencia y donde la maternidad se convierte en un acto de resistencia.
La interpretación de Chloë Grace Moretz es uno de los pilares del filme. Construye una Georgia que no necesita heroicidades para conmover: es frágil, testaruda, temerosa, valiente… humana en el sentido más amplio del término. Su viaje —lleno de grietas emocionales, renuncias y pequeñas victorias— conecta la película con un público que quizá no esté buscando acción sin descanso, sino una historia que se atreva a mirar el apocalipsis desde el corazón.
Pero el verdadero giro de la película se encuentra detrás de cámara. Madre/Androide está inspirada en la propia biografía de Mattson Tomlin. El director nació durante la Revolución Rumana de 1989, un periodo marcado por la violencia, el caos y la incertidumbre. Sus padres, ambos muy jóvenes, tomaron la decisión de darlo en adopción para asegurarse de que tuviera un futuro que ellos no podían ofrecerle. Ese acto —crudo, devastador, pero profundamente amoroso— se convirtió décadas después en la chispa para construir esta historia.
Tomlin ha dicho en múltiples entrevistas que la película es, en realidad, una “carta de amor” a sus padres biológicos. Una forma de entenderlos, de agradecerles, de dialogar con una ausencia. Y esa raíz personal se siente en cada conflicto moral, en cada sacrificio, en cada dilema al que se enfrenta Georgia. El director no está contando una historia de robots: está contando su propia historia, disfrazada de ciencia ficción.
Quizás por eso Madre/Androide no busca impresionar con efectos descomunales. Su apuesta es otra: una reflexión sobre lo que significa proteger, renunciar, entregar. Sobre cómo el amor puede sobrevivir incluso cuando la humanidad parece no hacerlo. Es una película que invita a respirar más lento, a entrar en su ritmo pausado, a sentir la herida que la originó.
Aunque su recepción crítica fue dividida en 2021, la película ha encontrado un segundo aire en Netflix. Y es fácil entender por qué: en un catálogo lleno de distopías ruidosas, Madre/Androide es la anomalía que recuerda que, incluso en el fin del mundo, lo que nos mueve no es el miedo a las máquinas, sino el deseo obstinado de seguir cuidando a quienes amamos.