Con su estreno programado justo antes de fin de año, esta apuesta de ciencia ficción busca devolver la esperanza a unas salas de cine que lo han visto todo.
Cuando los proyectores se enciendan el 19 de diciembre de 2025, no solo se abrirá un nuevo capítulo en la saga de Avatar —se lanzará uno de los movimientos más calculados y ambiciosos del año para el cine comercial mundial. Tras un 2025 irregular en taquilla, marcado por altibajos y una audiencia cada vez más exigente, esta producción llega como un electrocardiograma para la industria: si su pulso late fuerte, Hollywood respirará aliviado. Si no, será un mensaje incómodo para quienes insisten en sostener el modelo del blockbuster tradicional.
Su importancia radica, en parte, en el legado que carga a cuestas. Avatar (2009) no solo cambió las reglas del cine contemporáneo: instauró un estándar técnico que, incluso hoy, sigue siendo difícil de igualar. Su secuela, El sentido del agua (2022), volvió a romper la taquilla global, demostrando que todavía hay audiencias dispuestas a sumergirse en nuevos mundos cuando la promesa visual está a la altura del asombro. Fuego y ceniza intenta replicar —y superar— ese efecto, pero en un estado del cine mucho más volátil. El espectador está cansado, saturado, hiperinformado. Y aun así, algo nos dice que Pandora todavía tiene magia para ofrecer.
En esta tercera entrega, Jake Sully y Neytiri se adentran en territorios que la saga no había explorado: la tribu Mangkwan, marcada por el fuego, la violencia y un trauma que reconfiguró su manera de entender el equilibrio de Eywa. Junto a ellos aparecen los Tlalim, nómadas del aire que se desplazan en naves aerodinámicas, liderados por Paylak (David Thewlis), cuya presencia promete una capa adicional al mapa emocional y político de Pandora. La expansión no es solo geográfica, sino simbólica: agua, fuego, aire; vida, destrucción y renacimiento.
En medio de esta arquitectura narrativa, surgen las preguntas que inevitablemente nos acompañan en la antesala del estreno:
¿Puede una franquicia sostener, por tercera vez, un fenómeno cultural a escala global?
¿Tiene la ciencia ficción épica el músculo suficiente para revitalizar la experiencia colectiva del cine?
¿O estamos asistiendo al último gran resplandor de un modelo que ya da señales de agotamiento?
No son dudas menores. Si Fuego y ceniza funciona, 2025 podría pasar a la historia como el año en que el cine volvió a reclamar su lugar como experiencia masiva. Si no, será un síntoma de que el espectador ha cambiado más rápido que las estructuras narrativas que Hollywood intenta preservar.
Sea como sea, hay algo profundamente atractivo en la idea de regresar a Pandora justo cuando el mundo real parece necesitar un respiro. Tal vez por eso el 19 de diciembre no se siente como un estreno cualquiera, sino como una especie de ritual cinematográfico: un recordatorio de por qué, a pesar de todo, seguimos entrando a una sala oscura con la esperanza de ver un mundo que nos devuelva el asombro.