Una apuesta legal deluxe que llega envuelta en glamour, polémica y un aluvión de críticas que ya la ponen en el ojo del huracán.
Disney+ decidió mover una ficha arriesgada en el tablero del entretenimiento: darle a Kim Kardashian su primer gran protagónico en una serie de ficción. El resultado es All’s Fair —o Todas las de la ley en su título alternativo—, un drama legal estilizado y cargado de star-power que, desde el día uno, incendió las redes y dividió a la crítica como pocas apuestas recientes del gigante del streaming.
La premisa suena como un pitch que cualquier ejecutivo firmaría en caliente: Kardashian interpreta a Allura Grant, una abogada de divorcios que, junto a su socia Liberty Ronson (Naomi Watts), rompe con un bufete dominado por hombres para crear su propio imperio femenino en Los Ángeles. A su lado, un elenco que parece sacado de una alfombra roja: Sarah Paulson, Glenn Close, Niecy Nash-Betts, Teyana Taylor —quien viene sonando para el Oscar— y un puñado de estrellas invitadas que incluyen desde Judith Light hasta Grace Gummer.
Pero el brillo del casting ha resultado, para muchos, un espejismo. La crítica especializada fue directamente implacable. The Times le dio cero estrellas y habló del “peor drama televisivo de la historia”. The Guardian repitió la calificación y lo llamó “existencialmente desastroso”. En Rotten Tomatoes, la serie se estrenó con un 0 % de aprobación, un hito que pocas producciones alcanzan y casi nunca para bien. Y el consenso coincide en un punto: Kim Kardashian, pese al glamour y la disciplina que dice haber puesto en el set, ofrece una interpretación rígida, poco natural y devorada por el vértigo de una serie que apuesta por el exceso en lugar de la coherencia.
Eso sí: meterle el dardo solo a Kim sería simplificar un asunto más grande. Ryan Murphy, cerebro creativo de Glee, Pose y Monstruos, atraviesa desde hace algunos años una etapa errática donde sus proyectos parecen correr más rápido de lo que él puede pulirlos. Grotesquerie, Feud: Capote vs. the Swans y otras producciones recientes ya insinuaban este desgaste: grandes ideas, poca ejecución. All’s Fair sigue ese patrón, pero lo abraza sin pudor. Es un melodrama legal llevado al extremo, una fantasía de lujo y caos con nombres que parecen salidos de una telenovela ochentera —Allura, Liberty, Emerald, Carrington—, diálogos diseñados para ser meme y escenas que desfilan como si The Real Housewives hubiera tomado la escuela de leyes de Harvard.
¿Es mala? Probablemente. ¿Es un desastre consciente? También. Y ahí, paradójicamente, está su encanto. All’s Fair es un exceso calculado, un cóctel de frivolidad, camp y drama que, como Showgirls en su momento, podría encontrar seguidores con el paso del tiempo. Por ahora, la serie vive su propio juicio público. Y el veredicto, por duro que sea, ha convertido a este estreno en la conversación del momento.
Si el objetivo era ser inolvidable, lo logró. Sin lugar a dudas.