Cuando Pálpito se estrenó en Netflix en 2022, pocos imaginaron que una serie colombiana de suspenso y tráfico de órganos lograría semejante impacto mundial. Su creador, Leonardo Padrón, combinó elementos del melodrama clásico con la estructura de un thriller moderno: una historia de amor imposible atravesada por la culpa, la pérdida y la venganza. La audiencia quedó atrapada. Pero quienes aún buscan algo con la misma intensidad emocional —aunque desde otro idioma y cultura— pueden encontrarlo en una producción surcoreana igual de absorbente: Itaewon Class.
Estrenada en 2020 y protagonizada por Park Seo-joon, Itaewon Class sigue la historia de un joven que, tras perder a su padre y sufrir una injusticia brutal, decide enfrentar a un poderoso conglomerado que arruinó su vida. Su venganza no pasa por la violencia directa, sino por el trabajo y la constancia: abrir un pequeño bar en Itaewon, uno de los barrios más diversos de Seúl, y convertirlo en símbolo de resistencia. Lo que empieza como un drama de superación se transforma pronto en una lucha moral contra el sistema, con tintes de thriller y una crítica feroz a la desigualdad.
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Al igual que Pálpito, esta serie se mueve entre lo personal y lo social. Ambas parten de heridas profundas y convierten el dolor en motor narrativo. En la colombiana, un corazón trasplantado une a víctimas y victimarios; en la coreana, el resentimiento se transforma en ambición y redención. En ambos casos, los protagonistas no buscan solo justicia, sino sentido: una forma de seguir vivos en medio del daño.
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Más allá de su trama, Itaewon Class se ganó un lugar especial por su retrato de personajes marginados —migrantes, exconvictos, personas trans— y su forma de desafiar los estándares conservadores del entretenimiento coreano. Su puesta en escena cuidada y su guion de ritmo tenso la convirtieron en uno de los dramas más vistos de la década, y uno de los más comentados en redes.
Mientras Pálpito se inscribe en la tradición de las telenovelas con giros imposibles, Itaewon Class propone un tipo distinto de vértigo: el del ascenso social como revancha. Pero ambas comparten algo que las vuelve irresistibles para el espectador: la sensación de que cada decisión importa, que el pasado no se borra y que la justicia, aunque llegue tarde, siempre encuentra su camino.