La industria del anime en Japón atraviesa un momento complicado, y no precisamente por el éxito de sus producciones. Mientras su valor global supera los 21.000 millones de dólares y franquicias como Demon Slayer o My Hero Academia conquistan el mundo, los trabajadores que la sostienen —animadores, dibujantes y actores de doblaje— sobreviven en condiciones que bordean la explotación.
Tatsuki Fujimoto, el aclamado creador de Chainsaw Man, rompió recientemente el silencio sobre esa cara oculta. En una entrevista retomada por medios japoneses, el autor confesó que durante su primera serialización apenas dormía y llegó a trabajar al límite de su resistencia. “Era mi primera vez haciendo una serialización semanal, y honestamente fue brutal. Estaba constantemente preocupado con que me fuesen a cancelar”, explicó. “Apenas podía dormir. Terminaba durmiendo al lado de la puerta, esperando a mis asistentes”.
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Las palabras del mangaka ilustran un problema estructural. Los ritmos de publicación en Japón exigen semanas de trabajo continuo, con escasos descansos y salarios bajos. Según cifras de Bloomberg, muchos animadores jóvenes reciben menos de 13.000 dólares al año, una cifra ínfima frente al promedio de otros profesionales en Tokio. Yumiko Shibata, actriz de doblaje de 60 años, relató una experiencia similar: “La profesión no paga”.
El tema trascendió fronteras cuando el Consejo de Derechos Humanos de la ONU publicó un informe en el que denunciaba el maltrato laboral en la industria. Ante la presión internacional, el gobierno japonés implementó una nueva legislación que exige contratos escritos, plazos de pago claros y prohibiciones al trabajo no remunerado. Pese a ello, muchos trabajadores aseguran que las reformas aún no se aplican completamente.
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Tetsuya Numako, exanimador y actual sindicalista de Toei Animation, resume el problema con contundencia: “Hay dinero suficiente en la industria, los estudios deberían poder pagarlo”. Pero la subcontratación masiva y la falta de sindicatos efectivos dificultan cualquier avance. En estudios pequeños, los artistas suelen trabajar como autónomos, sin beneficios laborales ni estabilidad, mientras las grandes productoras tercerizan hasta el 70% de sus animaciones a otros países, como Filipinas.
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Fujimoto reconoce que hoy su situación es más estable, gracias a un equipo que lo respalda, pero la preocupación permanece. “La publicación semanal es un sistema que te devora”, admitió. Su caso reabre el debate sobre la sostenibilidad de una industria que, mientras genera millones, consume a los creadores que la hicieron posible.
Con la adaptación cinematográfica del arco de Reze a punto de llegar a las salas, el éxito de Fujimoto con Chainsaw Man parece asegurado. Sin embargo, su testimonio recuerda que, detrás de cada obra maestra del anime, hay una lucha silenciosa por sobrevivir en un sistema que todavía no aprende a cuidar a sus artistas.