Mary Méndez deja en claro cuál es su metida de pata más ganadora (tiene que ver con su exesposo)

Su anécdota personal sacudió el pódcast que la entrevistó.

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Desde los estudios de La red hasta los micrófonos del pódcast Sinceramente Cris, Mary Méndez nunca ha tenido miedo de mostrarse tal cual es: franca, directa y con una energía que parece venir de una batería inagotable. Sin embargo, fue su paso por la conversación con la periodista Cristina Estupiñán lo que le permitió bajar la guardia y hablar de un capítulo que muchos espectadores —e incluso algunos colegas— desconocían: los siete años de matrimonio con el DJ y empresario Santiago Iregui.

Lejos de considerarlo un error, la samaria describe aquella relación como su “metida de pata más ganadora”. La frase, que lanzó entre risas, guarda una lógica poderosa: el mayor tropiezo puede convertirse en palanca de impulso cuando se asume con responsabilidad y autocrítica. En 2011, mientras se estrenaba el programa que la catapultaría a la fama nacional, Méndez celebraba una boda a la que su círculo familiar llegó con reservas. “La mamá sabe, la mamá siempre sabe”, admitió—aunque confiesa que necesitaba vivir la experiencia para entender las señales que su familia veía desde la barrera.

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El “golpe” llegó seis años después. La separación le confirmó, como tantos le habían advertido, que no todas las historias están destinadas a durar para siempre. Pero en lugar de protagonizar un drama público —tentación fácil para cualquier rostro televisivo—, Mary guardó el luto en privado y se lanzó al emprendimiento. Así nació Fitcook, la marca de alimentación saludable que, ocho años después de su divorcio, suma más de 350. 000 seguidores y distribuye productos en todo el país. “Me volví a casar, pero conmigo misma y con mi empresa”, resume.

La presentadora asegura que aquel matrimonio le dejó dos lecciones contundentes. La primera: el amor no se mide en la promesa de eternidad, sino en la calidad del presente. La segunda: escuchar los consejos familiares nunca está de más, aunque la última palabra —acertada o no— deba ser propia. Esa dualidad entre intuición y rebeldía resume la “metida de pata” que, paradójicamente, acabó definiendo su identidad pública más allá de la pantalla.

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Sin hijos en el horizonte por convicción personal, Méndez canaliza su instinto protector en su equipo de trabajo y en la audiencia que sigue cada una de sus rutinas de bienestar. Hoy continúa creyendo en el amor, pero sin el sello del “para siempre”. Y aunque reconoce que volverá a desafiar las advertencias maternales cuando el corazón se lo dicte, ya no teme tropezar: sabe que, si llega otro golpe, también podrá convertirlo en ganancia.

Su historia, narrada sin maquillajes ni violines de fondo, conecta con una sociedad que normaliza el fracaso pero silencia el renacimiento. Mary Méndez, al contrario, lo pregona: hay caídas que, con disciplina y humor, terminan coronándose como la mejor jugada de nuestras vidas.

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